Por una Europa que piense en sus ciudadanos
Ayer fue el Día de Europa. Una jornada que, si no se quiere que acabe como tantos otros "Día de...”, apareciendo en el calendario y basta, tiene que servir para pararse y reflexionar sobre el funcionamiento de la unión de 27 estados y, bastante más importante, de 447 millones de personas. Las dimensiones son bastante diferentes de las de aquella Comunidad Europea del Carbón y el Acero, de la que ayer hizo 71 años que se pusieron los fundamentos para que acabara siendo la UE. Pero no se puede perder el espíritu con el que se inició aquel camino: no se trataba de formar un club de amigos, sino de afrontar un triple contexto derivado de la Segunda Guerra Mundial: el económico (la reconstrucción), el político (que el eje París-Berlín no se volviera a romper) y el social (deshacer los recelos y enemistades creados por décadas de conflicto).
Y 71 años después continuamos aquí, afanando para que la UE tenga una cierta eficiencia y no sea un mero club de estados que demasiado a menudo permite que buena parte de estos 447 millones de habitantes no lo sienta como suyo. El ARA publicó ayer un cuidadoso análisis con expertos sobre la respuesta de la UE a la pandemia y publica hoy una entrevista con el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli. Los expertos plantearon una serie de luces y sombras que vienen a decir que la UE ha mejorado respecto a la crisis de 2008 y que, si bien hay retrasos en las vacunas, hay también muchas ayudas económicas. Pero también que la UE no puede dar la imagen de moverse de accidente en accidente, sin estrategia, y que demasiados equilibrios políticos presiden sus actuaciones.
Sassoli lo resume en la entrevista: “La falta de poderes de la UE en ciertos ámbitos nos ha dejado con las manos atadas”. En gran parte esto es el centro del problema: la UE se sigue comportando al fin y al cabo como un club de estados que no quieren soltar ni un milímetro de soberanía aunque esto juegue en su contra.
En el caso español estamos viendo como los fondos NextGen, a pesar de todas las negociaciones y las exigencias de Bruselas, se podrían convertir en una gran repartidora a dedo por parte del gobierno estatal que beneficiaría solo a las grandes corporaciones que tiene más cerca, y dejaría al margen, o con un gota a gota insuficiente, al gran tejido productivo de las pymes, especialmente en Catalunya. Es cierto que la interinidad del Govern tiene un peso, pero la arquitectura burocrática y administrativa de los fondos tampoco permite mucho más que pedir.
No son solo los fondos. El estado español ha sido beneficiado por el Banco Central Europeo con la compra del 75% de la deuda pública en 2020. Un alivio muy importante pero que contrasta con el hecho que España es de los países de la Unión que menos ha destinado a las ayudas directas. Otra vez las pymes son las principales perjudicadas. Todo esto se tiene que añadir a un histórico que incluye, por ejemplo, el Corredor Mediterráneo, tan bendecido por Europa como frenado por España.
El compromiso europeo de Catalunya es antiguo, de siglos, y renovado constantemente. Y por razones obvias coincide con el objetivo de la UE de dejar de ser un mero club de estados, de reunir poderes que le desaten las manos. Es cuestión de ponerse a ello.