1. Retratos. Las fotos oficiales a menudo dicen muchas cosas: sus actores, por acción o por omisión, las cargan de significación. Escenario: un campo de golf propiedad de Donald Trump. Protagonistas: el presidente de Estados Unidos y la presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen. Tema: un apretón de manos para sellar el acuerdo comercial entre la potencia americana y la alianza europea. Basta ver el rictus desafiante de Trump y la sonrisa tímida de Von der Leyen para entender qué ocurre: la claudicación de Europa ante el despotismo del presidente estadounidense.
Se había vendido la escena como el pacto del 15% de aranceles recíprocos en el ámbito comercial entre las dos potencias. De repente, el 15% europeo ha desaparecido. Y, por si fuera poco, Von der Leyen asumía el compromiso de que Europa gaste 640.000 millones de euros en la compra de energía a Estados Unidos. Mientras Trump celebraba "el mejor de los acuerdos", Von der Leyen aseguraba: "Lo hemos conseguido y es bueno". Palabra de honor. Conseguido, ¿qué? ¿Alguien imagina al general De Gaulle riéndole las gracias a un presidente estadounidense, emblema del nihilismo más reaccionario, en un campo de golf de su propiedad? Para Von der Leyen parece que vale todo lo que Trump quiera. El 15% europeo se ha perdido y nadie sabe cómo ha sido. ¿Habrá ruido en Bruselas? En el actual desconcierto europeo, que la sonrisa impostada de la presidenta no desmiente, ¿qué cabe esperar?
Hace ya tiempo que Von der Leyen simboliza la claudicación de Europa, la canalización de las pulsiones del Viejo Continente hacia la radicalización conservadora que está calando en el electorado de todas partes, con la extrema derecha acorralando a las derechas liberales y conservadoras. El autoritarismo postdemocrático cala y cada vez encuentra menos rechazo y más complicidades. Y las instituciones europeas se acomodan vergonzosamente. Europa no solo patina en la defensa de sus intereses, sino que también claudica en la defensa de la dignidad. La contención ante el genocidio de Gaza —dejémonos de eufemismos— es expresión, a la vez, de una inseguridad que impide decir las cosas por su nombre, de llamar criminal a quien lo es —Netanyahu ya no tiene coartada alguna—, de desunión –o, si se quiere decir de otra manera, de la desconfianza entre los países —y de pérdida de los valores elementales de la cultura democrática y de los derechos humanos de los que Europa había hecho bandera. La condición de víctima de los judíos —durante mucho tiempo perseguidos y menospreciados en todas partes— no da derecho a la impunidad cuando, para defenderse, hace suyas las crueles prácticas de los verdugos.
2. El miedo al mal. Parece que empieza a romperse el tabú. Que ya no se es susceptible de ser señalado como agente del mal por denunciar los crímenes de las autoridades de Israel. La defensa de los derechos elementales no debe tener coartadas, ni fronteras ni excepciones, y Netanyahu ha cruzado todos los límites. Y, sin embargo, Von der Leyen sigue jugando con eufemismos. No, no hay sitio para el matiz, aquí. El "sí, pero" no se puede admitir cuando se condena a una comunidad al hambre, cuando se le niegan los recursos elementales de supervivencia y las imágenes cadavéricas de niños cerca del final dan la vuelta al mundo. Von der Leyen y compañía buscan los matices para desdibujar la realidad. La Unión Europa no da el paso. E, incluso cuando los presidentes Sánchez y Macron o el primer ministro Starmer rompen, con prudencia, el tabú, salen en tromba los epígonos de Trump. Parece como si estuviéramos en un momento en el que molesta que se hable mal del mal. Y que lo que toca es encontrar siempre la coartada que justifique la atrocidad.
Es de racionalidad elemental querer saber las causas de lo que ocurre y nadie sensato puede negar las barbaridades cometidas por Hamás y compañía. Pero eso no da vía libre a la impunidad. Ni hace de la destrucción masiva la adecuada respuesta. Europa, si realmente todavía cree que vale la pena defender las libertades y los derechos fundamentales, si no se quiere dejar arrastrar hacia la disolución de los valores democráticos —en boga con el trumpismo—, no puede claudicar ante todo aquel que le levanta la voz, ni poner alfombras a Trump, ni negar la criminalidad de Netanyahu. Por este camino, pronto tendremos el neoautoritarismo instalado en todas partes. La claudicación cala en la población. No vale callar.