Claudicación arancelaria europea
Quienes querían creer que la agresividad de Donald Trump podría llegar a ser una oportunidad de reafirmación europea ya habrán cambiado de parecer. Ante el vértigo de una guerra comercial transatlántica, la UE ha claudicado. Con el apretón de manos escenificado el domingo en Escocia, Donald Trump se apuntaba otra victoria comercial, anunciada como siempre con superlativos, y Ursula von der Leyen, en nombre de los Veintisiete, aceptaba unos aranceles del 15% y ampliar la factura comercial europea con Estados Unidos. Las promesas de comprar más petróleo y gas estadounidenses se sumarán a los contratos de defensa que engrosan las exportaciones de armas de Estados Unidos a niveles de récord. Y aún está por negociar aparte el actual impuesto del 50% que Estados Unidos aplica al acero y al aluminio. La reorientación del gasto europeo refleja una nueva realidad. Es el precio de la estabilidad, se justificaba el comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, en el avión de Bruselas a Glasgow. La Europa de la cabeza gacha, la que hace meses que ha decidido que hay que pasar este trance como sea, sin dinamitar las ya dañadas relaciones transatlánticas, parece haberse hecho con el control definitivo de las riendas comunitarias.
Se han impuesto las tesis de Alemania, Italia o Irlanda, los tres países que más exportan a Estados Unidos y que querían limitar los daños de una guerra comercial a cualquier precio, y los intereses geopolíticos de las repúblicas bálticas o de Polonia, convencidas de que la Unión Europea es incapaz de ocupar el vacío de seguridad que dejaría una retirada del despliegue militar que Estados Unidos tiene en el Viejo Continente.
La Unión Europea ha acabado aceptando un compromiso asimétrico para intentar ajustarse a los distintos intereses comerciales de los socios europeos: de los fabricantes de coches y de productos químicos alemanes, del sector agrícola y vinícola francés, de los exportadores de medicamentos irlandeses, de los fabricantes de chips neerlandeses, o de los productores de quesos italianos. Es más, el acuerdo incluso crea una división entre irlandeses, ya que los comerciantes de Irlanda del Norte podrán vender a EEUU con un tipo arancelario del 10%, gracias al acuerdo con Reino Unido, mientras que sus vecinos de la República de Irlanda se verán afectados por el tipo del 15%. Tantos esfuerzos diplomáticos para evitar las consecuencias aduaneras del Brexit en la frontera interna irlandesa, y ahora esto ha pasado como si nada.
Trump ha fijado el relato de la ofensiva arancelaria que castiga duramente a las empresas europeas por no producir más en Estados Unidos, aunque representan el 60% de las contribuciones de las multinacionales extranjeras al PIB de EE.UU., tres veces más que las empresas de la región Asia-Pacífico; y ha obviado las cifras reales de un excedente comercial que solo representa menos del 3% del comercio total entre la UE y EE.UU., si se suman el comercio de bienes y el de servicios. Además, la Comisión Europea ya se ha mostrado dispuesta a dar marcha atrás en sus planes de aplicar un impuesto a las empresas digitales, una medida que se ha interpretado como una victoria antes de tiempo para Donald Trump y los gigantes tecnológicos estadounidenses como Apple y Meta, que tienen una batalla abierta contra la regulación comunitaria que intenta poner límites al poder monopolístico de las grandes plataformas digitales que operan en la Unión. En definitiva, la UE tenía que elegir entre el debilitamiento de la "sumisión" a la voluntad de un poder externo –como lo calificó el primer ministro francés, François Bayrou– y el debilitamiento interno de la división, y ha optado por el primero. Pero lo que está en juego es mucho más que una negociación comercial. Se trata, una vez más, de la redefinición de una UE en busca de una autonomía estratégica que la haga más independiente de los vaivenes de un orden global en plena contestación normativa. El pacto con Trump no es ajeno al otro diálogo de sordos que la UE mantuvo con China hace solo una semana en Pekín.
La Europa defensiva es cada vez más vulnerable. Como escribía hace unos días Daniel S. Hamilton, experto del Institut Brookings, "como las negociaciones se basan más en el espectáculo que en el contenido, los plazos y las líneas rojas pueden ir y venir". De momento, sin embargo, los Estados Unidos de Trump ya han firmado siete acuerdos comerciales bilaterales desde su regreso al poder y todos han aceptado un aumento tarifario. El espectáculo se reproduce en cada preámbulo de amenazas y la firma posterior con sonrisas y pulgares arriba. La Europa del mal menor también ha optado por el "alivio" momentáneo, pero no tiene ninguna garantía de que la Casa Blanca no volverá a reabrir la batalla tarifaria más adelante, cuando le convenga políticamente.