La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, escucha al presidente de EEUU, Donald Trump, en la reunión de ambos en Escocia este domingo.
29/07/2025
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Ursula von der Leyen y la Comisión Europea pueden intentar vender como un éxito la negociación del tratado de comercio entre la UE y los Estodos Unidos de Trump, pero es obvio para todo el mundo que unos aranceles de un quince por ciento son unas calabazas demasiado abultadas como para intentar maquillar el suspense, incluso cuando el punto de partida eran unos aranceles del treinta por ciento y la amenaza de una guerra comercial sin contemplaciones. No es un éxito (es un fracaso) porque, una vez más, Europa se dobla ante las exigencias de un presidente de EE.UU. abiertamente antieuropeo y antiatlantista. Unas exigencias, además, que son arbitrarias (Trump anuncia aranceles cómo y cuándo le da la gana, escenificando un comportamiento de pequeño césar que impone su voluntad en todas partes) y que tienen mucho más que ver con el deseo de atemorizar y humillar a los adversarios que de corregir ningún supuesto agravio histórico de Europa hacia EE.UU. Lo firmado este fin de semana en Turnberry, Escocia, entre golpe y golpe de palo de golf por parte de Trump, no es ningún acuerdo comercial: son las condiciones de un chantaje, revisables a capricho por parte del chantajista.

Pequeño César era el apodo del gángster Enrico Bandello, interpretado por Edward G. Robinson en la película del mismo título de 1931. Hace unos meses, al comienzo de este mandato, uno de los repulsivos lugartenientes de Trump (ahora no sé si era Hegseth, Vance o Rubio) advirtió de que había vuelto "el sheriff", en alusión a su presidente. La referencia era equivocada: dentro del imaginario que pretendía evocar, el sheriff podía ser un criminal que se había pasado por conveniencia al bando de la ley (como Jason Coburn en Pat Garret and Billy The Kid), o bien la personificación de la integridad frente a la corrupción y (peor aún) del silencio connivente con la corrupción (el Gary Cooper de Solo ante el peligro). Pero Trump no es ni uno ni otro. Se parece mucho más al gángster que vende protección a sus víctimas. ¿Protección de quién? Protección de sí mismo: si no me pagas, te desmontaré el negocio y te daré una paliza. Estos son los términos en los que negocia Trump, como se ha visto tanto con Japón como con Europa.

El papel de Europa se vuelve penoso ante el genocidio de Gaza, en el que Trump es el valedor decidido de la limpieza étnica perpetrada por Netanyahu mientras Europa hace algo peor que nada: mostrarse titubeante, encogida, dividida y, finalmente, irrelevante. Irrelevante ante unos crímenes que son precisamente los motivos por los que se creó la Unión Europea, irrelevante en una materia en la que a Europa no se le puede permitir ni perdonar la irrelevancia. La razón de ser de la Unión Europea es mantener un espacio de paz, prosperidad y progreso entre sus estados miembros, e intervenir en la política internacional para proyectar estos mismos objetivos en el resto del mundo. Es lo que hace que el europeísmo tenga todavía sentido. Lo pierde cuando Europa se calla ante la atrocidad y va por los rincones firmando lo que le dicta el gángster, mientras intenta normalizar a la extrema derecha en su día a día interno.

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