Bruselas y Pekín se preparan para escenificar un nuevo diálogo de sordos. La Unión Europea y el gobierno chino se reúnen el 24 de julio en una cumbre bilateral que, en teoría, tenía que conmemorar los 50 años de relaciones diplomáticas entre los dos bloques, pero que se ha visto enrarecida antes de empezar. Ni las incertidumbres comerciales globales ni las amenazas arancelarias que ambas partes intentan capear han logrado rebajar la tensión mutua que UE y China arrastran desde hace años. De hecho, el encuentro tenía que celebrarse el pasado abril, pero Xi Jinping no quiso desplazarse a Bruselas, así que serán la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo, António Costa, quienes irán a la capital china con una gran delegación de cargos comunitarios. Pero lo hacen en pie de guerra. Von der Leyen acusaba recientemente a China de inundar los mercados mundiales con una sobreproducción subvencionada y de utilizar su posición dominante sobre las tierras raras como arma diplomática y comercial. Por eso, a finales de 2024, la UE impuso aranceles a los vehículos eléctricos chinos tras determinar que las subvenciones estatales daban a los fabricantes chinos una ventaja desleal respecto al precio de sus competidores europeos. Pekín respondió con un arancel del 39% al coñac europeo, apuntando directamente al corazón exportador de países como Francia.
Pero mientras la UE legisla contra esta desigualdad, acusa a China de "chantaje" y exige reciprocidad a las autoridades de Pekín, la realidad entre los estados miembros es más compleja y menos homogénea. En la última década, el comercio entre la Unión Europea y China no ha dejado de crecer. La UE es el primer socio comercial de China, mientras que China es el segundo de la UE. Alemania, Países Bajos e Italia son los principales importadores y exportadores de mercancías hacia y desde China. Otros, como España, Hungría, Eslovaquia o Malta, intentan aumentar las inversiones chinas en su territorio.
La misma complejidad se puede entender en el posicionamiento oficial de la UE respecto a una China que califica de "rival" económico, "socio" necesario en el multilateralismo y "rival sistémico" que promueve modelos de gobierno alternativos. Esta definición de 2019 sirve, como mínimo, para retratar las contradicciones y la sensación de amenaza cada vez mayor que la creciente hegemonía china despierta en Bruselas. La constatación de cómo se han invertido las relaciones de poder entre los dos bloques en estas cuatro décadas de intercambios comerciales.
En una Europa castigada por la crisis económica y financiera, la conciencia del aterrizaje de esta potencia china –que en 2016 obtuvo el control del puerto del Pireo, el más importante de Grecia, y en 2019 incorporaba Italia y una parte de los Balcanes al proyecto de la Ruta de la Seda– ha ido sumando, desde entonces, nuevas capas de fricción. La pandemia de la covid-19 hizo evidente la excesiva dependencia de la UE de China para bienes estratégicos. La confrontación geopolítica escaló en el 2021 cuando Bruselas sancionó a funcionarios chinos por presuntos abusos contra los derechos humanos en la región del Xinjiang, y Pekín respondió con sanciones propias contra políticos comunitarios y el parón de parte de los intercambios bilaterales. La retórica geopolítica de la UE se ha endurecido especialmente después de lo que Bruselas considera un apoyo tácito de Pekín a Rusia en la invasión de Ucrania.
A finales de 2022, un alto cargo de Bruselas admitía que "la prueba del algodón de la autonomía estratégica se decidiría en la relación de la UE con China y no solo en cómo rebajar la dependencia del paraguas de seguridad de Estados Unidos". Sin embargo, desde esas palabras las contradicciones internas en la Unión Europea se han hecho aún mayores, tanto en la estrategia para reducir el riesgo de la dependencia comercial con China como en el miedo a una escalada confrontacional con la nueva administración Trump.
La realidad es que Europa está atrapada en la lucha entre Estados Unidos y China por la hegemonía global, y cada una de las partes se está reubicando en el nuevo escenario. Pero mientras la UE parece haber optado por una relación de vasallaje ante el desafío de Washington, Bruselas planta cara a Pekín y reclama un "verdadero reequilibrio". Probablemente, la cumbre de esta semana solo será parte de una representación, pero tanto China como la Unión Europea están inmersas en una escalada mutua que necesitan rebajar.