Me cuenta un campesino que el jabalí –lo llamamos así, en genérico, el jabalí– le ha entrado en la granja y le ha matado unas cuantas ovejas. De algo así, hasta ahora, no teníamos noticia. El jabalí se comía los cultivos: uvas, nueces... Buscando lombrices desplantaba lechugas, pero no mataba bestias. Esto lo hacía –lo hace, cuando puede– el zorro con las gallinas. Son las preocupaciones de la Cataluña rural, que nos pasan por encima mientras sentimos que los ganaderos del Pirineo suplican que si se reintroduce el oso, por favor, se explique de cuántos ejemplares hablamos, y qué medidas emprenderemos, para no convertirlos en plaga. ¿Cuál es el depredador del oso? ¿Lo mismo que el del jabalí? ¿El humano? Entonces ¿cómo debemos hacerlo?
Llegan las elecciones europeas y la percepción de los ganaderos y campesinos es que en Europa se juegan más los trompos y el futuro que aquí. No en vano, en España las protestas campesinas han sido rápidamente absorbidas por movimientos populistas que –no lo dude– no hacen sólo “recetas fáciles para problemas difíciles”, como nos gusta repetir a los modernos. En Cataluña, los movimientos campesinos han sido y son más transversales y han sido escuchados por todo tipo de orejas, no sólo las derechas. La pregunta de David Miró a nuestros presidenciables (“¿Qué vino toma usted?”) hizo enrojecer a más de un ciudadano. ¿Quieres ser presidente de la Generalitat y el vino que tomas es de fuera? ¿Que no lo conoces, el de aquí? Si los políticos catalanes no escuchan y no hacen suyas las reivindicaciones rurales, que no se quejen, después, si algún tractor –siempre metafórico– les pasa por encima.