'Expats': cambiar de mentalidad
El debate sobre la gentrificación está más vivo que nunca. El sábado se celebra en Barcelona una manifestación contra los efectos que tiene en este sentido la turistificación de nuestras ciudades. Y, sin embargo, la forma en la que utilizamos las palabras, a veces desde entornos progresistas incluso, denota contradicciones a revisar.
Me refiero al término expat. Como sabemos, la palabra hace referencia a las personas expatriadas, es decir, que van a vivir a otro país. Personas que hacen su vida lejos de la patria de origen. El problema con el término es conocido por todos: dentro de la denominación expat solo encajamos a un tipo de personas, las extranjeras blancas o de países del norte global. Al resto los llamamos inmigrantes.
Diccionarios como el del Institut d'Estudis Catalans o el de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) definen el término expatriar como el proceso de abandonar la patria, y se establecen como sinónimos emigrar, desterrarse y exiliarse. También se indica que inmigrante y expatriado son sinónimos, definiendo el primer término como aquella persona que hace un proceso de inmigración. En catalán, expatriar lo encontramos como sinónimo de migrar.
La lógica de los diccionarios es flagrante: todas las personas que emprenden un proceso migratorio, sea cual sea su causa, son personas, indistintamente, inmigrantes o expatriadas. La definición etimológica no otorga ningún matiz significativo de diferencia entre los dos términos. Pero la realidad del uso de ambas denominaciones es otra y con la diferencia en el uso de cada categoría lo que se hace es atribuir a las personas que forman parte de uno u otro grupo una serie de derechos –o una denegación de derechos– muy clara.
La representación colectiva que tienen las palabras y su uso social son fundamentales para crear un marco en el que todo el mundo entienda de qué estamos hablando. Las palabras no son neutras ni están vacías de significado. Las que utilizamos para asumir el debate político y social sobre la inmigración o, también, el turismo son claves y determinan los espectros de pensamiento de la ciudadanía. Hoy, la terminología nos aboca a un pensamiento binario entre los de aquí y los de fuera. Y ahora también entre los de aquí y algunos de fuera. Porque no todo el mundo que viene de fuera es tratado de la misma manera. Cuando en la plaza pública (medios, redes, discursos políticos…) se habla de inmigración, nunca se hace referencia a las personas no racializadas que vienen a nuestra casa en los términos racistas y negativos que sí se emplean cuando hablamos de la inmigración procedente del sur global.
Es vital que hagamos un cambio de mentalidad. Que nos demos cuenta del racismo intrínseco en el uso que hacemos del lenguaje. Que nos demos cuenta de hasta qué punto nuestra mirada está sesgada y empecemos por dejar de distinguir entre expats einmigrantes.
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