

Hace una década, Mark Zuckerberg se debatía sobre la idoneidad de introducir el botón "No me gusta", deduciendo que incitaría a una polarización que sería contraproducente para la comunidad positiva que representaba a Facebook. Hace unos días, antes de que Trump jurara el cargo, Zuckerberg eliminaba, tal y como había hecho Musk con X, los sistemas de verificación de datos, abriendo la veda a las noticias falsas e inclinando aún más el campo de batalla a favor de la extrema derecha. Son dos momentos que parecen ilustrar un cambio en el capitalismo digital, que hace diez años se habría basado en un modelo cosmopolita y (falsamente) horizontal, y que ahora habría mutado por aliarse con el autoritarismo reaccionario y entrar en la sala de máquinas de la política para construir un mundo más desigual y deshumanizado.
Pero, pensándolo bien, es una evolución relativa. En realidad, ambas fotografías representan modelos de sociedad verticales, constituidos por las fuerzas más elementales del capitalismo (expansión y concentración) potenciadas por un capitalismo digital totalizando que lo mercantiliza aunque aparece por todas partes y en todo momento. Un modelo que quiere más desregulación para su expansión permanente y oligopolística, y que hoy ve en la mezcla de libertarismo y reacción el camino más corto para conseguir su objetivo, a la vez que la plataforma política perfecta para dar vía libre a los sueños más megalómanos de sus magnates.
No hace tantos años, esa megalomanía vertical ya se expresaba en forma de solucionismo con inquietudes humanitarias. Zuckerberg le representó fielmente en su discurso en el Mobile World Congress (MWC) de finales de febrero del 2014, cuando presentó un plan para una aplicación de conectividad gratuita limitada a Wikipedia, información sobre salud y, evidentemente, Facebook para los millones de personas del Sur Global que no podían acceder a internet. Zuckerberg argumentaba que a las empresas de telefonía les convendría apoyar la aplicación: una degustación de internet gratuita como primer paso para atraer a nuevos clientes. Todos contentos, un paso hacia un mundo mejor, y aquí paz y después gloria. El plan nunca tuvo éxito por la desconfianza que despertaba en las empresas de telefonía, que temían que Facebook les acabara robando los clientes, porque ya no pagarían datos por el uso de la red social. Horas después del discurso, Zuckerberg celebraba con Jan Koum, CEO y cofundador de WhatsApp, la venta de la aplicación de mensajería instantánea en Facebook por 19.000 millones de dólares en un restaurante del Upper Diagonal. Un gran salto hacia la oligopolización del sector en el marco incomparable del MWC en la cosmopolita y cálida Barcelona.
Aquel capitalismo, desenfrenado pero vestido de amable solucionismo, ya tenía tics mesiánicos y autoritarios. Y ahora se ha unido a la megalomanía trumpista para anunciar conjuntamente un nuevo comienzo para América y la civilización en general. Silicon Valley muda la piel y activa un tecnocentrismo que estaba candente desde hace muchos años entre sus magnates. Como explican Émile Torres y Timnit Gebru, este modelo está construido sobre un evolucionismo eugenésico que persigue una condición poshumana que pueda trascender incluso los límites biológicos de la especie, ligado por un misticismo escatológico que tiene como hilo conductor la inevitabilidad del fin del mundo y la muerte. De ahí el plan de Musk de colonizar Marte, el bunker que se está construyendo Zuckerberg en Hawái, o el crecimiento de empresas dedicadas a la criopreservación de cuerpos para hacerlos revivir en un futuro cuando la medicina lo permita. Aquel célebre aforismo que dice "es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo", atribuido a Slavoj Žižek y Fredric Jameson, toma un significado aún más extremo y distópico: el fin del mundo ya está asumido, y es más fácil invertir en la inmortalidad y la colonización de Marte para escapar a que pensar.
Toda esta maraña teológico-política, más allá de estar presente en la concepción de muchas de las iniciativas empresariales lanzadas por magnates del Big Tech, contribuye a deshistorizar el presente ya naturalizar las desigualdades existentes, legitimando las jerarquías del nuevo orden capitalista que quedó simbólicamente representado en el acto de presa de pose s, reyes coronados por Dios reinando sobre siervos condenados a una existencia insoslayable de sueldos bajos y alquileres caros, pegados alscrollinfinito esperando que el mesías Musk levante otra vez el brazo, abra los mares y conduzca a algunos afortunados hacia la salvación en Marte. Todo ello, sorteando el inevitable Día del Juicio Final, que, de seguir así, intuyo que llegará en forma de catástrofe climática o guerra nuclear.