Estoy en la fiesta del óleo, de la Fatarella, en la Terra Alta. Nada me gusta más que ir a feria (con artesanía popular, comida, beber…) con céntimos para gastar. Me lo compraría todo, en una feria. Miel, cestos, frutos secos, cucharas de madera, saleros de barro. Y botellas de vino y aceite. Degustar aceite, como nos gusta a todos. Mojar pan, como nos gusta a todos. Y qué poco sabemos, ¿verdad? Esta fiesta, que se celebra desde el año 99, ha hecho algo por nosotros. Poner en el mapa oleico una variedad, característica de la Terra Alta, quizás desconocida para todos: el injerto.
Saber no siempre es conocer (estoy, sin querer, citando, pero no del todo, los versos de Vicente Aleixandre). Puedes no conocer y saber. Pero conocer es amar. Nos falta, todavía, un conocimiento, y por tanto un amor, por nuestro aceite. Lo hacemos aquí, es único, no se parece a ningún otro. Por eso, hoy, en la Terra Alta, compraré aceite para regalar. Me regalaré aceite a mí, y jugaré a degustar, como cuando juego a degustar vino.
Esta Navidad, debemos pedir al tió que nos caiga cestas catalanas. Como todo el mundo en el mundo con sus cosas salidas de la tierra. Compramos aceite catalán, aprendamos a quererlo, vamos a la Fatarella, comemos, veamos el concurso de lanzamiento de huesos, hablamos con los campesinos, con los organizadores. El aceite es un producto de lujo, es tan valioso como la trufa o el caviar. En Italia, en la Apulia, allá donde fuimos con lectores del ARA, le quieren, le veneran, le dan a probar y no conciben gastar a ningún otro. En Jaén, claro, hacen lo mismo. Debemos hacerlo nosotros. No puede pasar más tiempo sin que me haga en manos una botellita, pequeña, de regalo, de injerto, comprada en la feria de la Fatarella. Pan, vino y aceite. Esto es el Mediterráneo.