Como observador diligente hacía tiempo que no veía tal clima de degradación en la política estatal a raíz de la confluencia de los casos de presunta corrupción que asedian al PSOE (Ábalos-Koldo, Begoña Gómez, el hermano del presidente Pedro Sánchez) y el PP (Alberto González Amador, pareja de Ayuso, Zaplana). El informe de la UCO sobre el caso Koldo –por lo visto, más convincente que las fabulaciones urdidas en la operación Catalunya– apunta a episodios de lo más grotescos que ya nadie se esfuerza en negar porque todas las energías van dirigidas a exonerar al presidente del gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez.
Por otra parte, tenemos la triste y descarnada guerra abierta entre Sumar y Podemos, cuya última batalla en campo abierto ha sido el momento y la forma en que han aflorado las conductas impropias de Íñigo Errejón, uno de los factótums de los de Yolanda Díaz. No en vano Errejón recientemente lideró un triple salto mortal de Sumar en el Congreso de los Diputados al juntar sus votos a los del PP contra los socialistas para reforzar el control parlamentario de la venta de material militar a cambio del apoyo de Feijóo a proteger a los consumidores de las cláusulas abusivas de las hipotecas. Sea como sea, la orgullosa superioridad moral de determinada izquierda, que ansía la ejemplaridad en contraste con la derecha sin complejos, se les ha girado como un boomerang.
También el deep state parece haber declarado la guerra total a Sánchez y a las minorías territoriales que lo apoyan. Para celebrar el quinto aniversario de la ominosa sentencia del Procés –y quizás su inminente despedida de la presidencia de la sala segunda del Tribunal Supremo después de diez años–, el inefable Manuel Marchena acaba de clavarnos otra de sus malignas coces: no aplicar la amnistía a los líderes del Procés hasta que el Tribunal Constitucional (TC) resuelva la cuestión que él mismo le planteó, en un contexto, no se olvide, en que la mayoría progresista del alto tribunal se tambalea después que el magistrado y ex ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, se haya abstenido sobre los asuntos relacionados con la ley de amnistía. Así, si cuando se realizó el cambio de guardia en el tribunal las fuerzas estaban 7 a 4, ahora los progresistas dominan 6 a 5, porque también ha sido provista la vacante de un magistrado conservador. Todo apunta, pues, a que continuará la actitud creativa de la derecha judicial, consistente en releer las normas hasta que tengan un sentido distinto al deseado por el legislador, el único que detiene la legitimidad democrática directa, sin embargo.
Por último, parece que el mundo económico también está desbocado: la rebelión de las energéticas encabezadas por la Repsol de Josu Jon Imaz contra el impuesto extraordinario en las empresas del sector amenaza con detener las inversiones previstas –entre ellas, 1.000 millones comprometidos para el polígono petroquímico de Tarragona–, aunque los beneficios del sector no dejan de aumentar, lo que puede llevar al ejecutivo de Sánchez a retirar este impuesto, al que, por otra parte, el PNV –del que Imaz es expresidente– y Junts tampoco apoyan.
Habrá que ver, pues, cómo evolucionan todos estos acontecimientos: las explicaciones del “conseguidor” Víctor de Aldama, en prisión desde el día 10 por un fraude en el IVA en la compra de hidrocarburos, pueden envenenar aún más el panorama si confirman la implicación del ex ministro y ex secretario general del PSOE, José Luis Ábalos. También habrá que estar atento a si el PP quiere forzar la máquina y presentar una moción de censura, aunque en estos momentos parece improbable, especialmente si necesita el concurso de Vox, del que se quiere deshacer más adelante. No se da la misma conjunción astral que derribó a Mariano Rajoy tras la sentencia del caso Gürtel. Tampoco parece que el PNV, Junts o Esquerra se apunten al cuanto peor, mejor, al menos por ahora. Esquerra, inmersa en sus dolorosos quebraderos internos, condiciona su apoyo a los socialistas al cumplimiento del acuerdo sobre la financiación singular que es la piedra angular de la supervivencia del gobierno de Sánchez. Desconocemos si el próximo congreso del PSOE tendrá los efectos benéficos que su líder espera, después de apartar a todos los barones que lo cuestionan. Pero algo es seguro: la flor en el culo se está marchitando. Hagamos votos al menos para que en este contexto, si no se impone un mínimo de gentileza y de urbanidad, impere una regla capital que es que, por dura que sea la lucha política, debe servir para confrontar ideas y proyectos. Los electores merecen un respeto.