La forma más prudente de reducir la jornada laboral
La reducción de la jornada laboral comienza su andadura para ser aprobada en el Congreso. O no. La falta de consenso social, que se ha visto reflejada en los meses de negociaciones entre el ministerio de Trabajo y el de Economía, volverá a ponerse de manifiesto. Los sindicatos llevan semanas dando luz verde a la propuesta. Las patronales, en cambio, se ponen las manos en la cabeza; de hecho, la respuesta de la CEOE a la propuesta de reducción de jornada fue que necesitaríamos trabajar 41,2 horas a la semana para compensar la baja productividad respecto a la media europea.
Esta traducción de los niveles de productividad a más horas laborales es profundamente injusta, y sugiere una imagen de trabajadores ineficientes que no son capaces de realizar el trabajo a tiempo. La productividad es mucho más compleja. De hecho, la mayor parte de sus componentes escapan de las manos de los trabajadores. Uno de ellos es el tamaño de las empresas: cuanto mayor tamaño, mayor eficiencia, cosa derivada de las economías de escala que se generan, y las pymes suponen el 99% de empresas en nuestro país. Otro componente son los sectores económicos que conforman la economía: los sectores tecnológicos e industriales tienen mayor capacidad para la productividad, en comparación con el de los servicios.
Pero al igual que es errónea la propuesta de compensar la productividad con 1,2 horas semanales adicionales, también lo es la afirmación de que la reducción de la jornada laboral mejorará la competitividad de las empresas. Y lo es por las mismas razones: el promedio del tamaño empresarial y la composición sectorial. Un cambio de esta envergadura incrementa los costes laborales, lo que empeora la viabilidad sobre todo de pequeñas y medianas empresas en sectores en los que la presencialidad no es opcional. Si se aprueba la ley, el pequeño comercio tendrá que seguir abriendo hasta las 8 o las 9 de la tarde y, seguramente, no dejaremos de tener la costumbre de salir a cenar entre las 9 y las 11 de la noche. Por estos motivos, la opinión empresarial mayoritaria y la más prudente es un búdico "camino de en medio": la negociación colectiva en cada uno de los sectores para que el consenso social se alcance dentro de la casuística del sector, con los pies en el suelo.
A su vez, es importante abrir la mirada a la hora de valorar la actualización de la jornada laboral. No sólo desde las circunstancias del presente, sino desde el pasado. La jornada laboral de 40 horas se aprobó en diciembre de 1982 con un flamante presidente Felipe González. Estamos hablando de antes de los ordenadores personales, de internet, del correo electrónico, de Excel, de los vuelos low cost, de las cajas grabadoras automáticas, del tren de alta velocidad, de los teléfonos inteligentes, del wifi, del 5G, de la impresión en 3D, de la IA generativa y de tantos otros avances que permiten realizar algunas tareas con gran rapidez. Hasta ahora, cualquiera de estas mejoras han dado como resultado lo mismo: 40 horas de trabajo laboral. Y, desde esa perspectiva, no parece tan alocado que, de vez en cuando, una parte de la eficiencia ganada pueda revertir en menos horas de trabajo.