Cuando se pregunta a los hombres directivos cuál ha sido el factor más decisivo para llegar a los puestos de decisión que ocupan, la mayoría afirma que ha sido “tener un mentor”. Este hecho desvela lo esenciales que son las relaciones humanas de confianza, también en el mundo ejecutivo. Y explica también una parte del techo de cristal: las mujeres profesionales suelen estar huérfanas de mentoría al ser tan escasas las directivas que puedan mentorizarlas. Podrían tener mentores masculinos, por supuesto, pero la evidencia científica nos muestra la tendencia inequívoca de los seres humanos a escoger para nuestro mentoraje a personas similares a nosotros.
Resulta curioso, y es muy poco conocido, que tanto Kamala Harris como Donald Trump han gozado de grandes mentores, y seguramente esto explica gran parte del lugar al que han llegado. Ella ha contado con la ayuda generosa de Hillary Clinton y él aprendió del poderoso abogado Roy Cohan las principales reglas para ganar. Los métodos que aconsejan a los dos mentores son muy diferentes: mientras que Harris articula su campaña sobre la esperanza de un mundo mejor y la unión entre los estadounidenses, Trump la articula sobre el miedo y el odio al que es diferente.
En esta campaña, Trump se ha mostrado aún más agresivo que en la que lo llevó a la presidencia de Estados Unidos. Amenaza con una venganza contra sus enemigos políticos para la que recurriría al ejército. Y para ello no ha dudado en reconocer que le iría bien contar con generales como los de Hitler. Hace unas semanas se estrenó la magnífica película El aprendiz, que reproduce fielmente las enseñanzas que Roy Cohan transmitió a Trump y que él aplica punto por punto: para ganar es necesario, en primer lugar, atacar, atacar y atacar; en segundo lugar, no admitir nada, negarlo todo, por evidente que sea, y, en tercer lugar, afirmar siempre la victoria, proclamar que se ha ganado, no admitir nunca la derrota.
Pero los auténticos mentores no solo aconsejan. Por encima de todo, se implican en las vidas de los mentorados y les abren puertas, les proporcionan contactos, los conducen a espacios a los que los mentorados por sí mismos no habrían podido llegar.
Así es como Hillary Clinton logró que Kamala Harris fuera considerada la candidata sustituta de Biden en tiempo récord: había preparado ese momento durante mucho tiempo. Antes del 2020 las dos mujeres no habían tenido mucha relación. De hecho, estaban en bandos opuestos durante las polémicas primarias demócratas de 2008, que enfrentaron a Barack Obama y Hillary Clinton. Pero tras el duelo por la dura derrota que sufrió Hillary Clinton en el 2016, empezó silenciosamente a utilizar su poder para reforzar a Harris. Hay casi dos décadas de diferencia de edad entre ellas, pero Clinton dice que las une la defensa de los derechos humanos, especialmente la infancia y la familia, que ambas pusieron en práctica en el inicio de sus carreras profesionales, así como la lucha contra el sexismo que impide a las mujeres llegar a la presidencia de Estados Unidos.
El New York Times se hace eco de la evolución de la relación entre ellas. Desde lo que podríamos llamar sororidad femenina, Clinton montó cenas en su casa con sus conocidos de alto nivel para dar a conocer a Kamala Harris cuando era una desconocida para todos; llamó personalmente a amigos influyentes para conseguir encuentros con ella que facilitaran su trabajo como vicepresidenta; la aconsejó en momentos clave de política exterior antes del primer viaje internacional de Harris, o en la elección de la persona que va a hacer tándem con ella si llega a la presidencia; le "cedió" a personas de su equipo que pudieran ayudarla en su carrera y, en definitiva, ha intentado evitar que Harris pasara por el calvario que para ella fue recibir todo el odio misógino de Trump y otros republicanos extremos. Sus palabras hace ocho años tenían un regusto premonitorio: "Sé que todavía no hemos roto ese techo más alto y más duro, pero algún día alguien lo hará, y esperamos que sea antes de lo que podríamos pensar".
La figura clave del mentor es poco conocida, pero no menos significativa. En épocas de inicio profesional, de transición, de toma de decisiones, un mentor puede significar la diferencia entre tener éxito o fracasar. Cabe preguntarse cómo habría sido nuestra vida si hubiéramos tenido a alguien que se hubiera implicado firmemente en nuestro futuro. Una cosa diferente es hacia dónde nos oriente esta mentoría. En el caso de Harris y Trump, el éxito de una u otra marcará un mundo completamente distinto.