El Girona, el Barça y la historia del fútbol catalán

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Dovbyk supera a Araujo en una acción del Girona-Barça.

El Girona gana al Barça incluso en la megafonía. En Montjuïc no se siente mucho (ni falta que hace, total por lo que ponen) y en el Camp Nou se había ido convirtiendo en un griterío de barraca de feria. En Montilivi pincharon el himno de la Champions al final del partido, y fue como invitar a los aficionados a tocar el cielo con las manos. Los detalles deciden y el Barça, perdido en su laberinto, hace mucho tiempo que no tiene ningún detalle.

La clasificación del Girona para la Champions es una extraordinaria noticia para el fútbol en general y para el catalán en particular, por lo inesperado e inexplorado, y por la rotura que significa del monopolio azulgrana. Una ruptura, además, incontestable y personalizada: 2-4 en Barcelona corriendo como aviones y 4-2 en Girona en un intercambio de golpes demoledor. Cada uno tiene sus colores pero, hoy, el Girona gana la simpatía del club que, viniendo de Segunda y con trabajo metódico, ha puesto en evidencia al Barça... y al Espanyol.

No es un cambio de guardia. Hay Barça por rato entre los mayores del mundo por una cuestión de nombre, de historia, de volumen y de intereses económicos, pero un Montjuïc lleno de turistas y vacío de socios, haciendo la ola con un empate, explica hasta donde ha llegado la imprudencia de gobernar a golpe de intuición.

Laporta es ya un presidente que se emociona como Núñez y gobierna con guardia pretoriana (expresión del dimitido vicepresidente económico Eduard Romeu), impermeable a la cantidad de talento barcelonista que podría ayudarle a sacar el club del bache en el que está. Una decisión estratégica como la continuidad de Xavi fue despachada entre lágrimas, besos, abrazos, narrativas de mirarse a los ojos y solucionarlo en dos minutos. En efecto, cualquier proyecto necesita estabilidad. El problema del Barça es que el gobierno que hemos visto en estos tres años es muy inestable.

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