El gobierno de los tiranos digitales

Peter Thiel, socio de Elon Musk en PayPal.
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El síntoma y la epidemia. Justo cuatro años después del asalto inédito al Capitolio por parte de los enloquecidos seguidores del presidente vencido, hoy sabemos que Trump era sólo el síntoma y Elon Musk el propagador de una epidemia llamada populismo reaccionario, de claros tintes supremacistas y patriarcales.

Pocas semanas antes de su regreso a la Casa Blanca, el país afronta la mayor de las paradojas: confiar el gobierno a los nuevos tiranos del siglo XXI, los ingobernables millonarios de la economía digital. Hasta ahora, Musk era simplemente la figura dominadora del panorama económico actual, una combinación de mano de hierro y formas disruptivas que le permitía desbancar a los tradicionales millonarios de los últimos veinte años (Gatas, Slim, Ortega, Arnault, etc.) como el hombre más rico del mundo. Hoy sabemos que Musk, el gran tirano del digitalismo, es capaz de tumbar los presupuestos de un país de más de 300 millones de ciudadanos y de interceder políticamente en las principales potencias europeas (Reino Unido, Alemania e Italia, entre otros).

El foco ya no son América Latina o Asia. La gran batalla de estos tecnotiranos está en Europa, pero la reacción virulenta contra las viejas ideas continentales no es nueva. En el ámbito del pensamiento se vislumbra desde el aislado Reino Unido una nueva ideología que combate los ideales de la vieja Ilustración europea –francesa y germánica–. Detrás del Dark Enlightenment (Ilustración oscura) está Nick Land, un filósofo británico descrito como el padrino del aceleracionismo y del antihumanismo. No es casual que sea desde Reino Unido que la tecnología posthumanista haya llegado a las universidades: hasta abril de 2024 el Future of Humanity Institute (Instituto sobre el futuro de la humanidad) operaba desde la prestigiosa Universidad de Oxford, con radicales apóstatas de la inteligencia humana como Nick Bostrom al frente y con financiadores millonarios como Musk.

La mafia PayPal. Tampoco parece casual que el más siniestro de los personajes del auca de los ingobernables tenga origen teutón: Peter Thiel, estadounidense de destino, nació en Frankfurt del Main, Alemania, tierra del más estricto protestantismo. Estudiante de filosofía y derecho en la Universidad de Stanford, pronto se dedicaría a las inversiones de capital riesgo y de allí surgiría Paypal, el mayor pelotazo de los nuevos oligarcas tecnológicos, como el socio Musk. Compañía fundada en 2002, fue vendida en eBay el mismo año por la exigua cifra de 500 millones de dólares. Desde entonces, la misión de Thiel es clara: apoyar causas libertarias conservadoras de todo tipo, abanderando la misión de hacer incompatibles la libertad y la democracia. Su sombra es inalcanzable, por eso los antiguos visionarios de Silicon Valley le denominan el "Don Mafia de PayPal". La montaña californiana es la misma pero no el espíritu de los tiempos.

Thiel y Musk no viajan solos. Les acompañan varias figuras, todos ellos hombres relativamente jóvenes, ejerciendo un nuevo poder masculino sin contemplaciones, formados en las mejores universidades yanquis, triunfadores en los mercados de la tecnología de las dos costas estadounidenses y ciudadanos del mundo global –de la India a Reino Unido , de Australia a personajes de orígenes alemanes–. No tienen otra ideología que el anarcocapitalismo extremo, que no concibe la noción de bien común y que busca el enriquecimiento individual a todo precio. Cómo titulaba hace unos días el New York Times, "Silicon Valley enfila hacia Washington". Muchos de ellos son sólo residentes y mercaderes en Estados Unidos, al asalto al mayor monstruo imperial que es la locomotora económica estadounidense. Su receta es clara: uno determinismo individualista que pervierte el liberalismo clásico afirmando que todo el mundo es libre de hacer lo que quiera, pero no todo el mundo está capacitado para hacerlo. De fondo, las raíces de'un viejo supremacismo continental.

La energía con la que este reducido colectivo de hombres de negocios conquista la más compleja red de poderes del mundo –Washington DC– tiene una razón sociológica, no económica. El nuevo tirano de la era digital es un tirano de todos, fruto de la visibilidad sin límites e inmediata que otorgan las redes sociales. Por eso vive en X. Se opone a las dos versiones del tirano del siglo XX: la tiranía político-militar, que ejercía el poder con violencia e imponía regímenes de excepción en nombre de la dictadura, y la tiranía de nadie –recogiendo la expresión de Hannah Arendt– de las burocracias impersonales con las que los estados se han convertido en el enemigo antipático del pueblo. En reacción a estos dos modelos del siglo XX, nuestro tirano opera en nombre de la libertad, no de la democracia. El nuevo tirano no quiere gobernar ni para el pueblo ni en nombre del pueblo. Sólo pretende gobernar en nombre del individuo, pero ejerciendo un despotismo reaccionario, tecnodeterminista y demofobic.

Gobernar contra el estado. Así Trump no tiene reparos a la hora de delegar las decisiones clave de su gobierno en el sector tecnológico, un mundo que flirtea con las finanzas más oscuras de la criptomoneda y del capital riesgo con nombres como la compañía Andreessen Horowitz y figuras como David Sacks o Sriram Krishnan, amigo de Musk y presentador de un podcast de tecnología muy seguido en las redes, llamados ambos a dirigir las políticas de inteligencia artificial y criptomonedas en la Casa Blanca.

Si bien Silicon Valley ha sido siempre una república independiente, como recordaba Manuel Castells recientemente, gurús tecnoutopistas de las primeras décadas de la revolución tecnológica (años 60-70) se mantuvieron alejados de la política por "su ideología libertaria", aunque ya se incubaba entonces un "desprecio al ámbito público como parasitario de los creadores" a quien limitaba la creatividad". Hoy ese espíritu ácrata revive con el nuevo vestido del tecno-determinismo.

Bienvenidos al inicio de un nuevo régimen global, que reduce nuestras vidas a un mercado algorítmico lleno de mentiras. Está en nuestras manos detener la servidumbre con la que coqueteamos con la economía digital desde primera hora de la mañana hasta última hora de la noche.

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