02/02/2021
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Hace semanas que doy vueltas a esta idea: de las muchas fuerzas telúricas que mueven el mundo, una muy visible es la tozudez. Hace que seas incapaz de aceptar una derrota electoral hasta que no queda otro remedio y, al mismo tiempo, es la determinación que genera la fuerza para sacar adelante proyectos pese a pandemias u otras desgracias.

Es tozuda la cultura cuando se enrabia porque no la dejan hacer, porque no la dejan ser aquello que el papel dice que es. Pero la cultura siempre encuentra caminos para demostrar que es la esencia de lo que nos une como comunidad. Es como el aire que respiras, que te hace sentir vivo, que despierta emociones y genera ideas, que te ayuda a traducir lo que ves a tu alrededor en relación a la comunidad donde vives: un libro, una canción, un proyecto educativo, un sistema de bibliotecas, unos valores compartidos, un pasado común, tantas cosas que identificamos si miramos a nuestro alrededor… tozudamente presentes.

Distancia social entre butacas en un teatro berlinés.

La cultura es tozuda cuando, inconformista, se afana en esquivar los obstáculos de las restricciones de actuación y movilidad debido a la pandemia, para inventar nuevas formas de hacer las cosas, y financiarlas, nuevos formatos de cabalgatas, nuevos escenarios de conciertos, para facilitar apoyos a los compañeros del sector que más lo necesitan. Pero hay que articular organizaciones y poner a su disposición recursos públicos que no obliguen a acciones heroicas individuales y condenas de precariedad estructural. El Censo de Artistas nos puede ayudar a obtener la fotografía de dónde estamos, un trámite necesario, pero no suficiente, claro, para poder desarrollar, desde todas las administraciones, el conjunto de medidas que se reúnen bajo el nombre de Estatuto del Artista. La declaración de la cultura como bien esencial también es un trámite, un desideratum que esperamos que se traduzca en el levantamiento de restricciones de apertura a las librerías, por ejemplo. Tozudos nosotros en pedirlo y quizás tozudos otros en denegarlo.

La tozudez también es no escuchar al otro por miedo a cambiar opinión. No osar atravesar el espejo de Alicia para ver qué hay al otro lado. Porque no hay una única manera de ver las cosas y el lado correcto de la historia está muy disputado. Cada vez huyo más de afirmaciones categóricas, porque la sensación de seguridad no la transmite la contundencia de una afirmación sino la capacidad de comunicarla con veracidad y de dejar siempre una puerta abierta al otro. Quizás alguien ya me ha leído una de mis frases favoritas de la escritora Anna Murià: “El odio nace en quien tiene razón, el amor en quien duda”.

La tozudez bebe mucho de eufemismos para sobrevivir, como las mil excusas que a menudo tenemos que oir: el político que dimite diciendo que no ha hecho nada mal pero que lo deja para proteger la imagen de la institución; el que mete la pata pero pide disculpas con la boca pequeña a quien se haya podido ofender. El desfile de excusas de los que se han vacunado cuando todavía no les tocaba es antológica. Ahora bien, reprochar unas palabras o unos errores hasta el infinito también es tozudez si no te permite avanzar y bloquea el acuerdo. Los dos meses que separan el 3 de noviembre del 7 de enero, cuando por primera vez Donald Trump medio aceptó la derrota, son un claro ejemplo de tozudez y también una tapadera magnífica de intereses particulares, nada que ver con un aspecto caracterial de la personalidad, sabemos que era una manera de desviar la atención y ganar tiempo para lo inevitable.

Donald Trump en la Casa Blanca.

Pero sí, de acuerdo, la tozudez también puede ser una actitud. Se puede ser "tozudamente feliz", si a pesar de las dificultades que encuentras por el camino eres capaz de encararlas desde esta actitud. Ya hace casi un año que añoramos abrazos pero seguimos tozudamente aferrados a los nuestros. Y si no puede ser en persona lo hacemos con mensajes, teléfonos y pantallas, o lanzando mensajes en las redes buscando consuelo o compañía. La tozudez de los sanitarios los debe de haber hecho resistentes tras tanto esfuerzo enfrentándose al desconocido, al virus del miedo, a quedarse sin aire. Por eso nos aferramos nosotros también a su abrazo después de haber conseguido salvar una vida.

Se dice que la naturaleza es tozuda cuando nos conviene, cuando no se deja amoldar a nuestro parasitismo. Ya sé que es una manera de hablar, pero más tozudos somos nosotros que nos creemos superiores, cuando nos otorgamos el derecho de no respetarla, de no hacerla habitable para todo el mundo. 

A golpes de tozudez los entusiastas nos pueden hacer grandes. A golpes de tozudez los retrógradas nos empequeñecen. Solo hay que decidir qué queremos hacer con ella, la tozudez.

Núria Iceta es editora de L'Avenç

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