El gran retroceso

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Cuatro mujeres musulmanas paseando por las calles del Raval de Barcelona.

"Que tu voz no se oiga más allá de la puerta del patio". Esta es una de las normas morales que recibió la generación de mi madre: una mujer que se tenga por virtuosa y admirable debe ser invisible fuera del hogar, en presencia de hombres que no sean de la familia. Quizás por eso nos ha costado tanto a las hijas encontrar la voz para hacer frente al patriarcado. Ahora los talibanes, en su odio feroz contra el sexo femenino, han decidido enmudecer a la mitad de su población en los espacios públicos. No les bastaba con taparlas y borrarlas de las escuelas y los trabajos, de segregarlas hasta convertirlas en figuras espectrales. Estados Unidos está a punto de elegir a la primera presidenta de su historia y todo el mundo celebra la meta, qué risa más contagiosa la de Kamala Harris, qué alegría más esperanzadora. Solo que Harris ya era vicepresidenta cuando la potencia americana abandonó a las afganas a su suerte después de dos décadas de intervención desastrosa.

También el Irak de hoy, una sociedad rota por la guerra, está a punto de hacer un enorme retroceso en lo que se refiere a los derechos de las niñas y las mujeres. Se tramita una reforma del código de familia, uno de los más progresistas del mundo árabe, para permitir que algunos grupos religiosos puedan casar a niñas a partir de los nueve años (lunares, que son menos años todavía), poner trabas al divorcio si la que lo solicita es la mujer (solo se admitirá en caso de impotencia y amputación del pene del marido, no se contempla la impotencia moral de quienes no son capaces de tratar a la esposa como un ser humano) y la custodia de los hijos pasará a ser automáticamente del padre a partir de los 2 años. Este cambio supondría una religionización del derecho civil. Paradojas de la intervención del país más democrático del mundo: que las mujeres habrán tenido más garantizados sus derechos bajo el régimen de Sadam Hussein.

En Irán, aunque el foco esté puesto en el conflicto con Israel, el régimen sigue su guerra contra la población femenina. La premio Nobel Narges Mohamadi, junto a otras reclusas de la cárcel de Evin, habrían sido golpeadas con violencia por protestar contra las ejecuciones masivas de este verano.

Más cerca, en nuestra casa, duele ver a chicas jóvenes que visten con indumentaria fundamentalista. Ahora ya no basta con que el pañuelo tape el pelo, debe llegar hasta la cintura y borrar por completo los límites del cuerpo de quien lo lleva. Las túnicas cada vez más anchas y largas se van imponiendo y yo he visto a mujeres con calcetines y guantes bajo la solana estival.

En todos estos casos no es preciso hablar de regresión porque no volvemos a ningún sitio que hubiera existido en el pasado sino que nos quieren hacer viajar a un presente y un futuro terrorífico en el que las viejas normas de la misoginia religiosa se hibridan con la tecnología más puntera para establecer un totalitarismo que tiene como principal objetivo esclavizar a las mujeres. Ninguna de estas vestimentas fantasmales han formado parte de ninguna cultura ni tradición, pero los discursos de los fanáticos y sus leyes llegan hasta territorios que antes escapaban de la ortodoxia gracias a esa distancia. Este verano he encontrado fotografías de Beni Sidel, mi pueblo de nacimiento, de principios del siglo XX y las mujeres llevaban el riizar, una tela larga que se enroscaban alrededor del cuerpo y que dejaba al descubierto los brazos. Por supuesto que las niñas no iban tapadas. Cosa que demuestra que esta supuesta identidad ancestral no es más que un invento de los hombres para volver a encerrarnos. Lo más desalentador, aunque ya nos lo habían advertido las feministas, es tener que volver a pelear por aberraciones tan salvajes como la pederastia hecha ley y que pretendan silenciar la voz que las denuncie.

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