Vivimos en 1984. El lenguaje orwelliano se impone sin pudor ni freno y los dirigentes europeos nos toman, como es costumbre, por idiotas. Pague y calla o vendrá la guerra. No pregunte de dónde saldrá el dinero. Pedro Sánchez asegura que el aumento en gasto militar no traerá recortes en sanidad, educación, servicios sociales o infraestructuras. ¡Magia! Nacerán billetes de los árboles y sin tener que cultivarlos. Mientras continuará la guerra de quienes no pueden llegar nunca al trabajo por culpa de los trenes de Cercanías, la de quienes deben cuidarse solos de los seres queridos, que se mueren esperando las ayudas a la dependencia, la de los que no pueden vivir en su ciudad si no es compartiendo piso con desconocidos, la de los que no pueden tener tres hijos aunque quieran. Toda esta violencia parece secundaria frente a la amenaza del enemigo exterior, que siempre sirve para cohesionar a los propios y fomentar la adhesión acrítica y sumisa. Al fin y al cabo, cuando nos llegue la factura del rearme el presidente del gobierno ya habrá volado a otro destino y nadie podrá pedirle cuentas. Es lo que tiene la democracia: quienes gobiernan hoy toman decisiones que tienen efectos a largo plazo, cuando ellos ya pueden lavarse sus manos. Bien mirado toda nuestra existencia de hoy y el malestar cotidiano tiene orígenes concretos en despachos concretos donde se tomaron decisiones concretas. No es el destino ni ninguna fuerza sobrenatural, lo que condiciona nuestras vidas. Si hoy las condiciones laborales son peores que hace unas décadas no se debe a que el mundo haya girado de repente y se haya interrumpido el flujo del progreso, es porque M. Rajoy aprobó una reforma laboral que provocó una erosión considerable de los derechos de los trabajadores. Una reforma votada también por CiU que no ha sido derogada por el actual ejecutivo. Pero no sufrimos porque si tenemos dos horas y media menos de trabajo a la semana, todo se habrá solucionado.
Me voy del tema, lo sé, tengo el día disperso, pero es que me enerva que me menosprecien como ciudadana a quienes se llenan la boca con los valores supremos de Europa y bla, bla, bla. Nos riñen, nos dicen que hemos delegado nuestra defensa en Estados Unidos. Vuelve el discurso de "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades", ahora comprando la tesis trumpista de que si Europa puede gozar del estado del bienestar es porque los americanos pagan los tanques. Lo que nadie recuerda es que esta situación obedece a pactos con contraprestaciones por nuestra parte en materia económica, cultural y geopolítica. No nos lo notamos, pero estamos completamente colonizados por la cultura americana. ¡Pero si hay hombres que se arrodillan para pedirle a la chica de sus sueños que se case con él y ella se emociona con los mismos gestos exagerados que hemos visto, con vergüenza ajena, a las producciones de Hollywood!
Me he vuelto a ir, lo sé, pero lo que quiero decir es que vamos acumulando estructuras de seguridad y aún así parece que no la tenemos garantizada. ¿Cuántos ejércitos europeos existen ahora mismo? ¿Se coordinan? ¿Comparten estrategias? ¿Cuánto cuesta estar en la OTAN? ¿Qué utilidad tendrá si Trump decide salir de ella?
Yo que soy muy doméstica y tengo mentalidad de ama, siempre que se habla de fabricar más y más armas me hago la misma pregunta: si se hacen, ¿no se tendrán que utilizar tarde o temprano? Si te preparas para la guerra, ¿no es más probable que acabes haciendo la guerra y no la paz? Si no está aquí será en otro sitio, tan lejos que a nosotros no nos llegará el olor de la pólvora que habremos financiado. No me digan que esto es de ingenuos. Lo ingenuo es pensar que el belicismo puede ser la solución a los conflictos.