De Harris a Scholz, la socialdemocracia en crisis
Por primera vez, Donald Trump ha ganado en voto popular. El republicano supo leer a ese 73% de estadounidenses que se declaraban insatisfechos o enojados por cómo les van las cosas; entendió que las clases medias, que llevan años perdiendo poder adquisitivo y oportunidades de progresar, temen la pérdida de estatus y anhelan seguridad; que hay un malestar generalizado –no solo entre los jóvenes– porque acceder a una vivienda digna se está convirtiendo en un lujo para muchos. Trump entendió que estamos en la era de la ansiedad. Su discurso del miedo y la rabia, de venganza y señalamientos, se impuso de forma transversal, abocando a los demócratas a una angustia existencial que los obliga a analizar primero por qué han perdido las elecciones –pese a tener las cifras macroeconómicas de cara y el paro históricamente bajo–, antes de decidir cómo reconstruirse.
El desconcierto demócrata es compartido. Basta con ver la crisis de gobierno en Alemania, que ha llevado a la coalición que lidera el socialdemócrata Olaf Scholz al colapso. La angustia existencial alemana se alimenta de agravios coyunturales y de viejas fracturas no resueltas: el peso de la inflación en unas economías cada vez más débiles; las desigualdades entre el este y el oeste del país, enquistadas 35 años después de la caída del Muro de Berlín; el golpe al orgullo y a las exportaciones que supone la crisis de la industria automovilística alemana, con despidos de trabajadores, anuncios de cierre de fábricas de Volkswagen y el regreso de la amenaza de una posible guerra arancelaria en el horizonte trumpista.
El modelo está en crisis y por las rendijas de un sistema cada vez más desigual se filtra el descontento y, con él, a veces también los profetas del caos que, como Alternativa para Alemania, se han ido reforzando irremediablemente en las urnas en las últimas dos décadas.
Mientras tanto, el SPD parece cada vez más alejado de las bases tradicionales. La globalización y el pragmatismo de la tercera vía que abrazaron el excanciller alemán, Gerhard Schröder, y el ex primer ministro británico, Tony Blair, transformaron la agenda política y desdibujaron el alma de un partido que vivió, durante demasiado tiempo, bajo la sombra de la Gran Coalición de Angela Merkel.
En el 2005, en la conferencia del Partido Laborista, Blair aseguró ante los suyos que debatir la globalización era como debatir si el otoño debería venir después del verano o no. El primer ministro británico acababa de revalidar su tercera victoria consecutiva en un mundo que, a su juicio, no perdonaba la fragilidad.
Todo depende de “qué tipo de sociedad queremos y qué tipo de arreglos estamos dispuestos a tolerar o buscar para hacerla posible”, se pregunta el historiador Tony Judt en su libro Algo va mal, donde reflexiona sobre una socialdemocracia desconchada por las desigualdades crecientes y que ha terminado perdiendo el camino. Probablemente, las respuestas siguen pendientes (o son insuficientes), y de ahí el desconcierto electoral.
La socialdemocracia empezó a desfallecer en el 2008, sin alternativa económica al correctivo de austeridad de la Gran Regresión que afectó a buena parte de las economías del euro, y ante la constatación de que el poder financiero se había impuesto al poder político. Desde entonces, las desigualdades fueron ensanchándose en unas democracias occidentales que no han parado de encadenar crisis mal cerradas.
“En estos momentos la socialdemocracia europea es una llamada entre Olaf Scholz y Pedro Sánchez”, resume gráficamente un alto cargo socialista. Son la segunda fuerza en número de escaños en el Parlamento Europeo pero una minoría contundente en el nuevo ejecutivo comunitario y entre los gobiernos de la Unión. Ahora, el choque por las políticas económicas del tripartito alemán pone punto y final anticipado al experimento de un Scholz que ya resistía con la popularidad bajo mínimos. Las urnas volverán a aumentar su grado de incertidumbre europea en los próximos meses.
Cuanto más asustado se siente Occidente, más desplaza su centro de gravedad político hacia la derecha radical.
La economía y la percepción que los votantes tienen de su posición personal respecto a la sociedad explican buena parte de ese voto, pero no todo. Hay una parte de ese electorado enojado o asustado que, en lugar de movilizarse contra las injusticias, lo hace contra quienes amenazan a las jerarquías sociales. Y Trump ha sido muy hábil señalando a los supuestos enemigos del sistema. El republicano volverá a la Casa Blanca fortalecido en un mundo de democracias aún más frágiles y en retroceso.