Harvard y Trump: el fascismo en EE.UU.
Viví en Estados Unidos entre el 2007 y el 2018. Como tantos jóvenes de todo el mundo, me fui de casa, de Reus, a los diecinueve años, en busca de oportunidades mientras la crisis sacudía a Catalunya y España. En EE.UU. cursé mi título superior y mi doctorado. También trabajé, en varios lugares, muchos de ellos relacionados con mis vertientes de músico, compositor y productor. Conocí a mi mujer. Crecí personal y profesionalmente, y por tanto siempre mantendré un vínculo emocional.
Por eso me duele ver hacia dónde se dirige este país. La reciente prohibición en Harvard de admitir a estudiantes internacionales, las deportaciones masivas, el apoyo ciego a Israel, los ataques públicos a jueces, los recortes en investigación y el predominio de un Tribunal Supremo ultraconservador son señales claras de una democracia que se hunde. Y sin embargo, Donald Trump sigue teniendo un apoyo mayoritario. Académicos como Timothy Snyder, Marci Shore y Jason Stanley hablan ya abiertamente del carácter fascista de esta administración. Pensadores de la izquierda estadounidense, como Noam Chomsky y Norman Finkelstein, ya habían dado su alerta hace años. El "excepcionalismo americano" ha perdido todo el sentido: el fascismo ha llegado a EE.UU.
Cuando Trump ganó las elecciones en el 2016, recuerdo el miedo y la incertidumbre que sentimos muchos de los que vivíamos. Una compañera, la mañana después de la noche electoral, al llegar a la facultad, me abrazó y echó a llorar. Desgraciadamente, su reacción no era la habitual. Amigos y conocidos, de forma mayoritaria, expresaban su preocupación, pero su tendencia era creer en lo que los estadounidenses llamanchecks and balances: la fuerza de la separación de poderes para evitar el crecimiento del autoritarismo. Tiene sentido creer en este aspecto en el contexto de una democracia fuerte, pero cuando el poder judicial, especialmente a través del Tribunal Supremo, está formado por una mayoría ultraconservadora, quizá debería ser más escéptico.
En mi caso, tuve dos experiencias personales –en plena administración Trump– que tuvieron un impacto significativo en mi visión de la situación. La primera: perdí una oferta de trabajo como profesor en una prestigiosa escuela de música para que la míagreen card(mi permiso de residencia y trabajo) llegó mucho más tarde de lo previsto, probablemente por la política antiinmigratoria de Trump. La segunda: una noche en el metro, agentes del ICE (la oficina de inmigración) pedían documentación de forma arbitraria a algunos usuarios. Ese día yo aún esperaba mi tarjeta de residencia, por tanto no llevaba documentación. No quise entrar en el metro, esa noche. Tuve miedo de verdad.
De este proceso de degradación democrática en EEUU deberíamos sacar lecciones. Al menos cuatro. La primera: cuando los repetidos gobiernos del Partido Demócrata no proporcionan soluciones valientes a problemas estructurales graves (vivienda, pobreza y exclusión social, deuda estudiantil...), esto se convierte en una oportunidad para la extrema derecha. La segunda: cuando el tejido social es débil, donde la sociedad está muy atomizada, esto se convierte en otra oportunidad para la extrema derecha. La tercera: cuando el nivel educativo es bajo y la educación se entiende desde una lógica exclusivamente mercantilista, esto es también otra oportunidad para la extrema derecha. La cuarta: cuando la información a través de los medios se convierteinfotainment(noticias en forma de entretenimiento) en lugar de surgir del periodismo crítico, como en el caso de Fox News, esto comporta otra oportunidad para la extrema derecha. Trump gobierna gracias a estas y otras oportunidades.
Mi pareja y yo volvimos a Catalunya a finales del 2018, pero la decisión empezamos a tomarla mucho antes, cuando vimos la tendencia social del país. Ahora vivimos aquí, y no puedo dejar de pensar lo importante que es defender, cada día, nuestros derechos y libertades, y valorar todos aquellos aspectos de nuestra sociedad que le fortalecen: nuestra educación pública, nuestra sanidad pública, nuestro tejido social. Es necesario exigir a nuestros gobiernos que tomen decisiones valientes, no sólo para mejorar nuestras vidas, sino para protegernos de la extrema derecha. Ésta es, seguramente, la mayor lección que podemos aprender de los errores de la sociedad estadounidense.