El hígado de Companys

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El historiador Joan Esculies en 'El corazón del Abuelo'.

El cor de l'Avi, emitido por TV3 en el Sin Ficción de TV3 en plena noche de Sant Esteve, es sin duda un muy buen trabajo periodístico y divulgativo, como suelen ser los de este espacio, en este caso capitaneado con nota por el periodista Tian Riba.

Dicho esto, el programa también sirve como recordatorio de por qué no hay que confiar en el patriotismo, empezando siempre por el propio. Por muy arraigada que esté en la historia de las civilizaciones, y por reconocida que haya sido no sólo cuando murió Francesc Macià (en el reportaje se mencionan otros casos famosos del momento, como el de Lenin), sino también hasta nuestros días (recordemos a Diana de Gales, o los dictadores de Corea del Norte Kim Il-Sung y Kim Jong-Il), la práctica de embalsamar a líderes políticos es macabra. Ahora bien, aprovechar el embalsamamiento para extraer el corazón del finado y galvanizarlo, con el propósito de convertirlo en un símbolo de Cataluña, es una ocurrencia estrambótica y malsana, que conecta sin demasiado esfuerzo con otros comportamientos obscenos y poco recomendables. Que, después, una cantidad importante de personas adultas y formadas asumieran el símbolo como suyo hasta acompañarlo en el periplo que se describe en el reportaje tiene que ver, justamente, con la dimensión totémica que adquieren los símbolos, y que antropología, de Lévi-Strauss hacia aquí, tiene profusamente estudiada: entre otras cuestiones determinantes, el símbolo reclama su defensa y protección, puesto que el enemigo querrá siempre profanarlo y/o destruirlo. Y por tanto, aunque un individuo no crea, o mantenga una sana distancia escéptica, acabará custodiando el símbolo y convirtiéndose a su vez un patriota a ojos de los demás, etc.

El mismo reportaje, el historiador Enric Ucelay - Da Cal (que, junto o en contraposición con el también historiador Joan Esculies, ejercían el papel de autoridades) mencionaba lo que podía ser una explicación plausible de dónde salió ese corazón azotado en formol en una urna de plomo: se dice que el doctor forense Callís, que fue el autor del embalsamamiento, consumió alrededor de treinta cafés, y tres botellas de coñac, durante las ocho horas que duró el operación. Y también que el ideólogo de la extracción del corazón para elevarlo a la categoría de símbolo, el poeta y consejero de Cultura Ventura Gassol, tenía tirada en la cocaína. A la luz de estas informaciones se entiende mejor, al menos, la lógica de la maniobra (y, puestos a decir, de los poemas del conseller, que Llorenç Villalonga, cuando tenía ganas de enfocarse del novecentismo, citaba, en sus artículos al diario El Día, como “las empalagosas confituras de Ventura Gassol”).

El patriotismo de reliquias, como la fe religiosa expresada por igual, han existido y seguramente existirán siempre, pero eso no les hace menos inquietantes. Al final son pequeños, bújes, vísceras, huesecillos: basura. Y detrás, algún iluminado o algún salvapatrias tratando de sacar provecho personal de una idea compartida por la comunidad. O mirando, simplemente, de servir a una causa, que puede tener consecuencias aún peores.

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