Felipe VI ha celebrado que lleva diez años con la testa sobre el cuello, bien enganchada, con un acto institucional donde estaba su consorte y sus herederas. Y he aquí que las herederas se han saltado el protocolo (de acuerdo con los de protocolo) y la mayor ha leído un discurso espontáneo (escrito por alguien de protocolo). Al ser de una nueva generación monárquica, lo llevaba al móvil. Lo veo coherente. No hace falta sacrificar un árbol para imprimir este texto: “Ahora me gustaría que se unieran con nosotros en un brindis por nuestra madre y nuestro padre, por nuestros reyes, porque desde que hemos nacido nos han enseñado el valor de 'esta institución de la Corona, su utilidad para nuestra sociedad y su propósito de servir a todos'.
En todas las fiestas de cumpleaños, los hijos agradecen la maestría a los progenitores. Con un dibujo, cuando son pequeños, y con unas palabras (escritas por ellos) cuando son grandes. Que las pobres Leonor y Sofía, que son adolescentes, tengan que leer ese discurso, propio de un jubilado el día en que a la empresa le hacen el homenaje y le regalan el reloj, es desolador. Tendrán sueldo y casa de por vida, si no viene un Robespierre, pero a cambio habrán entregado el valor más preciado que puede tener un joven: la rebeldía contra lo establecido.