La iglesia de San Vicente en Canet d'Adri, cerca del pueblo de Adri.
16/05/2025
4 min

Existe la gran historia, la que sale en los libros, la que configura la vida común. Ahora, estos días, con la muerte del papa Francisco, el cónclave y la elección de León XIV hemos vivido una página importante. Pero no es de esa historia de la que quiero hablar. Ya han hablado sobradamente diarios, radios y televisiones, eso que llaman los medios de comunicación. No, quiero hablar de una especie de historia que para mí es tan interesante o más que otra. Me gusta llamarla la pequeña historia, aquella que enriquece considerablemente la mayor, que nos habla de la vida de los hombres, más que de los hechos. Y si nos habla de los hechos, lo hace para añadir matices humanos, para salvar lugares y costumbres, para acercarnos la vida de cada día.

El otro día recibí un libro de un amigo, dedicado, lo hojeé como hago siempre con un libro nuevo, para hacerme cargo. Leí la introducción y no pude dejarlo. El libro se titula Mi paraíso de Adri y es del periodista Pius Pujades, a quien conozco de toda la vida, como suele decirse. Es un libro precioso. El autor no quiere hacer literatura, simplemente quiere explicarnos lo que recuerda del tiempo que vivió en Adri cuando era muy pequeño. Y lo hace. La memoria es su fuente principal, pero por eso no ha dejado de informarse, ha hablado con gente de su edad, si es que todavía están vivos, ha hablado con los hijos o nietos de la gente que él recuerda.

El autor es hijo de Consol Lladó, que fue maestra de Adri ya antes de la Guerra Civil Española. Después volvió, en la posguerra primera, cuando Pío era muy pequeño. Cuando tenía cinco años. Y pasó allí poco más de un año. Su padre había muerto en la frente…

En el libro tienen un peso importante los recuerdos. De hecho, es un libro de recuerdos. Pero también está lleno de preguntas, de cosas que el autor no recuerda y se pregunta. Pero da igual. El tejido de los recuerdos está hecho como de una especie de niebla, que a veces es espesa ya veces se aclara, se hace hilachas que deben coserse para hacer un relato consistente. Esto el autor no lo esconde nunca y ésta es una de sus gracias.

El libro está estructurado con capítulos, más o menos largos. La mayoría son cortos. Y están encabezados por un título que nos da la clave temática. Así: "Los caballos y la furia", "El campo de trigo", "Rocacorba, ermita y castillo", "El barro y la escopeta", "Sábados en el hostal", "Las masías de Adri", "Fiesta mayor", etc. Son, como puede verse, temas diversos –y hay muchos más de lo que cito por no hacerme pesado– que van configurando el relato de una memoria y de una vida. Pío Pujades sabe salir de sí mismo para hablar de los demás y así, por ejemplo, nos habla de los caballos que llevaban en la herrería, nos habla de cómo se herraban, de cómo el herrero configuraba la herradura, de la hornal y del yunque, de los mazo sobre el hierro al rojo vivo, del olor de la pezuña del beso. Todo un mundo que ha desaparecido. Supongo que la herrería le fascinaría, como me fascinaba a mí cuando, de camino hacia el colegio, pasaba por delante de un herrero que había en la calle Migdia. Me detenía y podía pasarme un buen rato. Ese olor a chamuscado, si se pudiera reproducir, ahora mismo lo haría. El mundo del hostal de Adri también fascinaba a ese niño de cinco años. Los hombres, campesinos y carboneros jugando a cartas; ahora el olor es otro, ya no de chamuscado, sino un olor a tabaco, ideales y picadura, de vino, y sobre todo de los asados ​​y sofritos que se hacían en la cocina para los platillos, que en el hostal también se comía. Comer, beber y jugar a cartas. Ésta era la función de los hostales. "¿A qué se jugaba en aquellos años en los hostales de payés? Sólo puedo hablar por lo que he visto muchos años más tarde. Antes de que se hiciera popular la butifarra, el juego que se hacía era el truco, que se puede jugar de dos, de cuatro o de seis. Eso cuando no se jugaba más que la consumición. Los que iban con ganas de jugar el dinero, solían jugar a la mano. más dinero. Mucho más tarde he visto jugar al siete y medio, pero no sabría decir si ya tenía cierto predicamento".

Hay dos capítulos que me han interesado especialmente: el que hace referencia a los juegos, no los del hostal, sino los de los niños, y el que hace referencia a los tacos. El autor no sabe si los juegos de los que habla los aprendió a Adri o más tarde. Y con los tacos le pasa igual. Ya lo he dicho, la memoria es deshilachada y le gusta hacer mezclas. Pero a toda costa, el libro de Pius Pujades sabe construir todo un mundo, acabado, ya muerto para siempre.

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