

Leemos en el ARA, a propósito de la revelación de Ana Polo sobre el hecho de que hace diez años "su jefe, Quim Morales, la agredió sexualmente", que "más de la mitad de las periodistas catalanas, un 54 %, han sufrido acoso sexual en el trabajo a lo largo de su carrera".
Llena de desconcierto y tristeza, debo decir que tengo muchas dudas sobre lo que consideramos agresión sexual o comportamiento inadecuado o directamente asqueroso. Para mí el piquito de Rubiales, el episodio de Errejón (con la mujer que dice que le ha agredido, y que, seguidamente se va a casa de él) o ese que nos ocupa, un beso en un parking, que ella hace ver (porque piensa que debe caerle bien para tener trabajo) que es consentido, no son lo que yo consideraría "agresiones sexuales". Tampoco uno piropo grosero, como aseguraban unas banderolas del Ayuntamiento de Barcelona.
Hace muchos años, muchos, que me arrastro por los medios y he visto de todo. Mujeres asediadas o tildadas de putas, porque si tenían tal programa era debido a que se habían puesto bien, nunca por sus méritos. Pero hombres (chicos) asediados o seducidos, también los ha habido. Y muchos. En el entretenimiento catalán no ha habido casos, que yo sepa, de mujeres sitiando subordinadas, con fines sexuales, pero en lugares muy cercanos, sí. Y por finalizar. En este mundo de competición y egomanía, lo más doloroso, seguramente, es el sitio laboral. Y los gritos, los insultos hacia los trabajadores (la mayoría con contratos de obra, precarios) por parte de la estrella de turno, hasta hacerles llorar, hasta hacerles desear no volver nunca, las palabras sibilas líneas y crueles, las descalificaciones en público, el abuso que hace la pérdida de confianza en uno mismo, y que han sido el pan de cada día hasta hace poco, os aseguro que no tienen género. Lo han hecho hombres y mujeres a hombres y mujeres.