Algunas ideas y un agradecimiento

Empecemos por el agradecimiento. Los periodistas tenemos una relación particular con el tiempo. Tan pronto vivimos en un continuo informativo digital que no se acaba nunca como tenemos la sensación de que el mundo empieza y se acaba cada día en forma de un diario de papel. El diario es un objeto artesanal que expulsa una ruidosa rotativa con aires de producción propia del siglo XX, pero que todavía nadie ha sabido superar. Como un lápiz, como una cuchara, como un libro, como tantos objetos sencillos e insuperables, el diario de papel es todavía un elemento que hace la vida mejor y que acompaña bajo el rayo de sol del aperitivo de domingo o el ajetreo del tren. La distribución de la información organizada como en el papel, pero descargada en formato PDF, es un buen sucedáneo compatible con el consumo rápido a los canales digitales en este mundo en transformación continua. Pero el papel todavía es el papel.

La crisis de la prensa empieza a ser tan larga y mítica como la del teatro o la del Imperio Británico, y la realidad en forma de movimiento pendular parece, en cambio, dirigirnos más hacia una recuperación de la utilidad del periodismo que hacia su desaparición.

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A menudo nos preguntamos cuál es la condición para que se dé esta recuperación. Y nos respondemos que pasa por la calidad de la información y el respecto a los lectores. Si hay consumidores que quieren productos honestos de proximidad, también hay espacio para lectores que quieran periodismo riguroso, independiente y comprometido con su sociedad.

En el ARA, donde procuramos celebrarlo todo, celebramos hoy los once años de vida. Son años hechos con miles de noticias, de crónicas y de artículos de opinión, de editoriales, de ilustraciones, de fotografías, de crucigramas, de portadas, de exclusivas. De aciertos y de errores en un diario que nació desafiando la crisis económica y para explicar un nuevo tiempo y un nuevo país que se quería y se quiere limpio, noble, culto, rico, libre, desvelado y feliz.

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El ARA ha sobrevivido a la pandemia gracias a vosotros: subscriptores, lectores, anunciantes. También, y muy especialmente, gracias a sus accionistas, que -como los profesionales que lo hacemos cada día- están implicados en la sociedad para hacer un periodismo riguroso, libre y comprometido.

Como el primer día, queremos ser una ágora de debate para todos aquellos que sueñan y trabajan por hacer un país mejor. El ágora de los lectores con criterio que respetan y aprecian las ideas fundamentadas de otros con quienes quieren discrepar y debatir para avanzar colectivamente.

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Nunca hemos rehuido los debates ni la realidad, y continuaremos así. Nuestra razón de ser es el periodismo. Ni la propaganda, ni las unanimidades, ni el silencio.

Gracias a nuestros lectores y subscriptores. Sois el motor de nuestro trabajo. Siempre habéis entendido que la información de calidad no es gratis y que el periodismo de calidad es un activo democrático. Vuestro apoyo nos hace más libres.

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Escuchar a los que no tienen voz

Una función básica del periodismo es dar voz a quien no la tiene, y el diario de hoy es un ejemplo. En Catalunya ha habido este año siete asesinatos machistas (doce, si añadimos las mujeres que no tenían relación de pareja con el verdugo). Son personas que forman parte de una estadística siniestra pero que tienen nombre y apellido, y tenían ilusiones e hijos, padres, hermanos y amigas que hoy también son víctimas de la violencia y que tendrán que gestionar la pérdida toda la vida.

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Ellos nos han ayudado a reconstruir las historias de las mujeres asesinadas para intentar entender en qué sociedad vivimos y cómo se mina la dignidad antes de llegar al límite del asesinato. La violencia de género es transversal y afecta a mujeres de toda condición social, de cualquier nivel educativo o económico. Es una plaga hecha de humillación y de violencias sutiles que acaban minando la libertad personal, la autonomía económica, la capacidad de tomar decisiones autónomas. Todos los testigos expresan frustración, coinciden que hoy no intentarían normalizar lo que no lo es, que intervendrían antes con la denuncia de la anomalía. La humillación no es normal, ni el dominio, ni el control, ni la carencia de respeto; todavía menos los golpes, los abusos de poder que minan la autoestima de las mujeres y las hacen víctimas atrapadas en una telaraña de la que piensan que no podrán salir. La obligación de la sociedad es ayudarlas a escapar del acoso y no tolerar lo que es intolerable. Nuestros silencios también matan, y tener una sociedad segura para las mujeres es responsabilidad de todos.