Imponer la paz en Gaza
Dos años después del 7 de octubre de 2023 existe una posibilidad de tregua en Gaza. Es una posibilidad incierta, frágil y sesgada, pero real. Una oportunidad para detener la violencia pero no para la solución del conflicto. El plan de paz de Donald Trump sienta las bases para un alto el fuego, pero no deja de ser una propuesta redactada por el principal aliado de Benjamin Netanyahu, sin contar con los palestinos, con pocas garantías de cumplimiento y sin un calendario de retirada del ejército israelí. Hamás ha aceptado liberar a todos los rehenes –20 vivos y hasta 28 cuerpos–, pero reclama negociar algunos elementos del plan.
En un momento de presión internacional sin precedentes por la destrucción total y sistemática de Gaza y de los gazatíes, que se desató con total impunidad después del 7 de octubre, la diplomacia vuelve a movilizarse al sonido del único actor internacional con capacidad de negociar con Netanyahu. Siempre y cuando lo que se proponga refuerce al primer ministro israelí, porque Netanyahu no tuvo ningún problema para humillar públicamente a Hillary Clinton cuando era la administración Obama quien le reclamaba poner freno a su política de asentamientos.
La jerarquía de Trump se impone sobre unos gobiernos europeos incapaces de tener una alternativa propia y compartida para el conflicto. Y aquellos que recientemente firmaban el reconocimiento del estado palestino se apuntan ahora a una propuesta de plan de paz que no prevé ninguna posibilidad de hacerlo posible. Más bien al contrario, consolida una tutela. Detiene las hostilidades para dejar una realidad devastada en la que los palestinos ya solo ocupan menos del 22% de las tierras que consideran suyas; con 67.000 palestinos muertos en dos años, y con el retorno del hambre como arma de guerra.
Además, proponer a Tony Blair para liderar esta transición resume perfectamente el trasfondo de la estrategia estadounidense. Como apuntaba el investigador del Cidob Moussa Bourekba tras conocer la propuesta, "se trata de resolver un conflicto colonial mediante un mandato colonial un siglo después". Pero además entronca con la agenda empresarial de la política exterior trumpista. El Tony Blair Institute for Global Change, el think tank fundado por el ex primer ministro británico en el 2016, está respaldado por el multimillonario Larry Ellison, pieza clave del proyecto de transformación del estado digital estadounidense bajo Donald Trump. Además, el instituto de Blair contribuyó también a la elaboración del proyecto Gaza Riviera.
La habilidad de un Trump obsesionado con el premio Nobel es ofrecer soluciones inmediatas al margen de la complejidad. Una vez más, como ya ocurrió con los Acuerdos de Abraham, que la primera administración Trump promovió para normalizar las relaciones de Israel con la región, la causa palestina vuelve a diluirse bajo el peso del resto de equilibrios e intereses regionales. Además, la negociación del plan de paz sirve en bandeja también a las capitales europeas la excusa perfecta para frenar la única medida de presión real sobre Israel que habían decidido discutir: la suspensión del acuerdo de asociación, que ahora empieza a plantearse ya como menos necesaria en el discurso de algunas capitales europeas.
Pero Palestina es mucho más que Hamás. Y son varios los funcionarios europeos que en privado admiten hoy el error que supuso la decisión de no reconocer el resultado de las elecciones celebradas en Palestina en el 2006 y la política de "no contacto" de la UE con Hamás, que sigue vigente hoy en día. Ese error es el inicio de la irrelevancia geopolítica que pesa sobre la UE en un conflicto que tiene a menos de 400 kilómetros de sus fronteras. Y mientras continúan los bombardeos sobre Gaza, y las negociaciones indirectas en Egipto, el mundo y la región se aferran a la idea de detener la violencia con una paz impuesta por el poder coercitivo de Trump como única oportunidad.