Esta semana RAC1 ha cumplido 25 años de vida y éxito. Lo celebra en un momento dulce, tras superar la barrera psicológica del millón de oyentes en la última ola del EGM. Es la radio líder en Catalunya, la cuarta de todo el Estado, con una audiencia heterogénea e intergeneracional. Este éxito es más destacable porque, mientras, en estos 25 años hemos vivido el estallido de internet y los medios digitales y se ha multiplicado la oferta informativa y de ocio. Y no solo se ha multiplicado, sino que se ha globalizado, lo que ha sido un problema –otro– para los medios en catalán. Pero RAC1 ha mantenido su posición de privilegio por el talento de sus profesionales, por la puntería de sus programadores y por una virtud más fácil de proclamar que ejercer, que es la identificación con una capa amplísima de oyentes. El gran mérito de la emisora es haber encontrado el tono adecuado, algo que no figura en ningún manual, que no se compra con dinero. Un tono fresco y travieso, compatible con la vocación periodística y la ambición de hacerse presente en los momentos en los que encender la radio es un ritual necesario. Tuve la suerte de formar parte de ella con un programa –Minoria absoluta– que me hizo disfrutar como nunca. Y me siento muy satisfecho de ello.
Pero la importancia de RAC1 no está solo en su indiscutible éxito, ni en la normalización del catalán en el ecosistema mediático. Si habláramos solo de eso, deberíamos referirnos también al enorme impacto que supuso, años atrás, la irrupción de TV3 y de Catalunya Ràdio. De la radio pública debemos destacar, por cierto, que no se ha dejado fagocitar por la competencia, sino que le planta cara alcanzando cifras notables, de tal modo que la radio en catalán en su conjunto ostenta una hegemonía inédita e incontestable. Sin embargo, lo que merece la pena destacar es que RAC1 es la apuesta de un grupo privado de comunicación –el Grupo Godó– que no es especialmente militante en materia lingüística pero que supo ver que una radio en catalán hecha con calidad y vocación mayoritaria podía ser un éxito y un buen negocio. Esto es realmente un indicador de la buena salud del idioma y envía un mensaje de optimismo a los más fatalistas: los medios de comunicación en catalán están en disposición de plantar cara en la lucha despiadada por la notoriedad y por la audiencia. El catalán no solo no les hace tropezar, sino que les da un plus de proximidad y de autenticidad.
No es casualidad que ese éxito se haya dado en el ámbito radiofónico. Esto es atribuible a dos factores. Primero, el catalán lo tiene mejor en el terreno de la oralidad (hay más catalanes que hablan catalán que lo leen), lo que obliga a los medios escritos, como este diario, a hacer un sobreesfuerzo; segundo, como el catalán tiene un mercado más pequeño, sus perspectivas son más halagüeñas en los medios que piden menos inversión y menos industria. No es casualidad, por tanto, que en radio tengamos más opciones que en televisión, o que en teatro compitamos mejor que en cine. Ahora bien: fenómenos como RAC1, entre otros, nos informan de que el público y el talento existen y de que los comunicadores catalanes tenemos todo el derecho a ganarnos la vida en nuestra lengua, y de que el público catalán tiene también el derecho a disfrutar de productos culturales y de ocio en catalán. Ante la faraónica oferta audiovisual en castellano o inglés, los poderes públicos –que tienen como razón de ser combatir las desigualdades– deben hacerlo posible. Y en parte lo hacen. Pero se cargan de razones cuando los privados nos demuestran que el catalán puede hacernos más competitivos, y no menos. Por todo ello, los 25 años de RAC1 merecen un aplauso y una felicitación compartida.