Hacer imposible la guerra

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Emmanuel Macron presidiendo un Consejo  de Defensa en París después de la agresión rusa en Ucrania.

1. Teología política. “Esta guerra, esta crisis, durará y hace falta que nos preparemos”, ha dicho Emmanuel Macron con una cara que no disimulaba la frustración por su fallida apuesta por la diplomacia. Primero dice guerra, después dice crisis. Y probablemente su inquietud se proyecta ya hacia la segunda parte. Putin la ha armado gorda. Lo que es preocupante es que se actúe como si fuera una sorpresa. ¿Y Crimea? ¿Y Chechenia? ¿Y Georgia? Y esto no acaba aquí si retrocedemos: la línea de continuidad entre la URSS y la Rusia imperial de la oligarquía que regenta Putin es manifiesta. Y no hace falta que nos vayamos a la expansión de la Revolución ni al apogeo del estalinismo. Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968) son manifestaciones de lo mismo: Moscú no acepta que nadie escape de la órbita definida por el imperio. Con una diferencia: la patraña ideológica ha sido reemplazada por la patraña patriótica, todos somos rusos. Una evolución que no conjuga con los signos del tiempo.

Resulta que los inefables valores superiores de las esencias patrias, herederos laicos del imperativo trascendental religioso (es decir, de la transferencia de la teología a la política moderna) juegan un papel creciente, como si se tratara de dar referentes a una ciudadanía a menudo desconcertada por la dinámica nihilista –no existen límites– que tomó el capitalismo en el proceso de globalización. Hungría y Checoslovaquia fueron ocupadas –retornadas al orden– con intervenciones bélicas no tan distintas a la actual. Son la única arma que tiene la autocracia para impedir que la ciudadanía avance en el camino de las libertades. Lo que cambia es el argumento: entonces la ley suprema era el comunismo, parusía de la redención en la tierra; hoy es el imperativo de soberanía de una Rusia imperial. Dicho de otro modo: no es el capitalismo lo que está en cuestión (Rusia es una versión cleptocrática) sino la gran nación desafiada desde la voluntad diabólica de hacer de Ucrania una democracia independiente. Putin culpa a Lenin –porque introdujo el derecho de autodeterminación de los pueblos– de que Ucrania haya llegado donde está. Y otorga a Stalin la condición de padre de la patria. Por sus fidelidades los conoceréis.

2. Tópicos a revisar. Donald Trump, expresidente estadounidense y aspirante a volver a serlo, promotor del asalto al Capitolio, que estuvo intentando manipular el voto hasta el último momento en nombre del honor de la patria, figura referencial del Partido Republicano, aplaude a Putin. ¿Se imaginan esta crisis con Trump en la Casa Blanca? Si queremos afrontar este futuro que inquieta a Macron, con la doble amenaza de la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping al fondo, no podemos mirar solo la parte de la escena que nos interesa. Hay tres tópicos sobre los que debería actuar. El primero es la falsa imagen de cohesión de Occidente frente a la gran amenaza. El segundo, la reducción del problema ruso a la figura, minuciosamente trabajada en su puesta en escena, de Putin como déspota sin límites, encarnación del mal, descuidando que detrás de él hay toda una oligarquía rusa que le ríe las gracias y que tiene suficientes conexiones occidentales, con figuras lamentables que todavía estos días mueven la cola sin que se les caiga la cara de vergüenza, como el excanciller alemán Gerhard Schröder. Y el tercero, que las responsabilidades acumuladas por Occidente en el proceso de acelerado desmantelamiento de la URSS han sumado a favor del paso del totalitarismo al despotismo actual.

¿Qué consecuencias quiero sacar de todo esto? Que la amenaza también la tenemos en casa, aunque estos días algunos, como Vox, disimulan sus anteriores flirteos. Que se equivocan quienes piensan que si cayera Putin se acabaría la rabia, porque él no estaría donde está sin los que le compran los delirios autoritarios a cambio de la garantía de impunidad. Y, finalmente, que la apuesta por la disuasión y la diplomacia no puede confundirse con el apaciguamiento. No se puede esperar a que llegue la crisis para hacer frente a un problema perfectamente previsible. Más aún cuando se tiene claro que no debe responderse yendo a la guerra sino anticipándose y haciéndola imposible.

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