Inmigración y lengua

Hace un mes publiqué un artículo en el que afirmaba que, aunque la inmigración es lo más importante que nos está pasando como sociedad, el discurso dominante sobre este fenómeno se caracteriza por un buenismo ingenuo que celebra la multiculturalidad pero cierra los ojos a las dificultades que plantea. Haciendo referencia a la crisis de vivienda, hacía notar que procuramos evitar relacionarla con que Catalunya haya pasado de seis a ocho millones de habitantes en un tiempo récord. Lo mismo ocurre con la escuela o con las infraestructuras, por lo que los comentarios sobre la brutal caída de los resultados escolares o la escasez de agua raramente mencionan este fenómeno demográfico.

Por el contrario, hoy toca celebrar que el Pacte Nacional per la Llengua, solemnemente firmado el pasado día 13, no haya caído en ese error.

Recordemos que, un mes antes, la publicación de la última Encuesta de Usos Lingüísticos, que elabora el Idescat con periodicidad quinquenal, había hecho saltar la alarma al detectar que "el catalán ya solo es la lengua habitual de un tercio de los catalanes".

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Gracias a esta encuesta conocemos con precisión la salud de la lengua catalana desde el año 2003. Las cifras anteriores de las que disponemos son más imprecisas, pero sabemos que entre 1975 y 2000 la población se dividía de forma muy estable en una mitad de catalanohablantes habituales y una mitad no catalanohablante. Esta segunda mitad, a su vez, se dividía en función de la edad en un grupo menguante de personas cada vez mayores que apenas lo entendían y un grupo creciente de personas más jóvenes –los hijos de los anteriores– que no tenían ningún problema de comprensión ni oral ni escrita aunque se expresaran con dificultad. A partir del año 2000 esta evolución levemente optimista se ha roto en perjuicio del catalán, por lo que el primer 50% se ha reducido progresivamente hasta el 33% de la última encuesta.

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En este contexto, es mucho que celebrar que el Pacte –un documento de 133 páginas– haga dos cosas inéditas en Catalunya en un documento oficial. La primera, establecer una relación causal entre un problema social -la minorización de la lengua catalana- y la inmigración; la segunda, relacionar este hecho demográfico con el mercado de trabajo. A algunos esto les parecerá poco; a mí me parece mucho porque concedo mucha importancia a las ideas y porque percibo que en Catalunya resulta prácticamente imposible un debate sosegado sobre la inmigración.

Lúcidamente, el Pacte pone de manifiesto que la caída de la proporción de catalanohablantes –el paso del 50 al 33%– no se ha debido más que marginalmente a una caída del número de catalanohablantes habituales. Así, si en el 2003 el número de personas mayores de 15 años que declaraban que su lengua inicial había sido el catalán era de 2,04 millones y quienes declaraban que era su lengua de uso habitual eran 3,01 millones, hoy esas dos cifras son, respectivamente, 2,0 y 2,94 millones. Esta leve disminución se debe a que en Catalunya –como en muchísimos países de todo el mundo– el número de defunciones supera al de los nacimientos. Descartada la pérdida de hablantes, la conclusión es que la caída de la proporción de catalanohablantes se debe fundamentalmente –aunque no exclusivamente– a la inmigración, que se dispara justamente a partir del 2000. En este sentido, el Pacte destaca que el 40% de la población catalana entre los 25 y los 45 años ha nacido en el extranjero. El Pacte pone en contexto esta cifra, mencionando que en nuestro entorno se mueve entre el 31% de Austria o Suecia y el 15% de Finlandia, con un 17% en Francia.

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Lo segundo que hace el Pacte es relacionar acertadamente el flujo migratorio con el mercado laboral, afirmando que "el modelo socioeconómico que elige cada sociedad es la base de su evolución sociolingüística". Casualmente, esta misma semana ha sido noticia que el primer ministro británico ha declarado que durante años se había dicho a los empresarios que contrataran a inmigrantes poco pagados, y que esto debía acabar, entre otras cosas, por razones lingüísticas.

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Catalunya no es Reino Unido, pero eso no significa que no dispongamos de herramientas para modular la inmigración, y la prueba es que en el País Vasco solo el 13% de la población entre 25 y 45 años ha nacido en el extranjero. A raíz de la firma del Pacte, el president Illa ha declarado: "Nos comprometemos a que el catalán continúe formando parte de la columna vertebral de la nación catalana". Ser consecuente con esta voluntad exige que la Generalitat se implique en la erradicación de la adicción de Catalunya a la mano de obra barata, que es, sin duda, la causa más importante de la minorización del catalán. Y la Generalitat, más allá del Pacte, tiene herramientas para conseguirlo.