Envío buenos deseos a un colega que se jubila y me contesta haciendo esta reflexión: “El mundo va tan acelerado que la sensación de estar perdiendo el tren es inevitable”. Y añade que el planeta de apenas quince o veinte años atrás, comparado con el de ahora, “parecía seguro y confortable (y seguro que no lo era nada)”.
No, claro, no lo era. Ya habíamos pasado por los atentados del 11-S y la Guerra de Irak. Pero el mundo no había conocido los trances de la crisis financiera y sus recortes; y que la extrema derecha gobernara países europeos era una posibilidad remota porque la política parecía un juego de alternancias entre gente más o menos razonable. Y, sobre todo, no sabíamos qué era la ecoansiedad, ese tipo de ruido fatal que sentimos cada día detrás de la oreja, recordándonos que no llueve, que el calor que tenemos no es normal y que la Tierra no puede seguir el nuestro ritmo de vida. Porque lo más desesperante de este rumor es que el diagnóstico está hecho, todo el mundo sabe qué hacer para evitarlo, pero no se hace, o no se hace lo suficiente, y asistimos al desastre perfectamente informados y concienciados, pero totalmente impotentes.- _BK_COD_ Y hace quince o veinte años, la Guardia Urbana de Barcelona no debía vigilar que las multitudes se hicieran fotos con el alumbrado de Navidad en el paseo de Gràcia poniendo en riesgo su seguridad. Las redes sociales han disparado el narcisismo y el exhibicionismo a unos niveles tan estúpidos que el debate existencial ya no está entre ser o tener, sino entre ser y parecer. De la misma forma que la generación de mi abuelo decía que el coche lo había cambiado todo, nosotros diremos que el móvil lo ha cambiado todo. Y como ha ocurrido con el coche, no siempre para bien.