Resultados. El centro político europeo es cada vez más estrecho. Cada descalabro anunciado en las encuestas y parado en las urnas es una victoria mínima más. Pero la realidad es que la extrema derecha es hoy más fuerte en la Unión Europea, y ha crecido sobre todo en los países fundadores de la Unión. En Francia, Italia, Bélgica o Países Bajos. En Alemania, después de semanas de batalla política y judicial contra una extrema derecha desacomplejadamente fascista, Alternativa para Alemania ha logrado ser la segunda fuerza más votada en el país. La vieja Europa ha olvidado la historia; y, según las encuestas, la rebaja de la edad de voto a los 16 años para los jóvenes austríacos, belgas o alemanes ha contribuido a los resultados de estas formaciones ultras.
Olaf Scholz y Emmanuel Macron son los grandes perdedores de unas elecciones que dibujan una Unión Europea con un motor franco-alemán muy debilitado, y un panorama político en Francia aún más incierto. El partido de Marine Le Pen, Reagrupamiento Nacional, es hoy la primera fuerza política del Parlamento Europeo en número de escaños, incluso por delante de la CDU alemana, que durante años se ha erigido en el primer gran partido de Europa.
Hay muchas lecturas que hacer de estas elecciones más allá de las mayorías políticas que seguirán teniendo el control de la Eurocámara. Es verdad que se ha logrado mantener la participación en el 51% y que esto permite aliviar la carga de la legitimidad democrática. Sin embargo, en la mayoría de casos, la movilización ha sido fruto de una polarización que deja cicatrices profundas en los niveles de violencia política registrados en esta campaña, en Eslovaquia, Dinamarca o Alemania. Pero no solo. El discurso se ha ensuciado y la bronca ha reinado sobre la trascendencia de las políticas que está en juego.
Me pregunto si de los resultados de los países escandinavos podemos empezar a intuir dónde están los límites de estos procesos de radicalización; o si solo estamos ante otro péndulo electoral en dirección inversa. Allí, donde la extrema derecha se había consolidado como una muleta indispensable para las mayorías parlamentarias o de gobierno, los resultados electorales han dado un giro a la izquierda. Los Verdes han ganado las elecciones en Dinamarca, la socialdemocracia en Suecia y la Izquierda se ha convertido en segunda fuerza en Finlandia.
Retos. Junto al Parlamento Europeo en Bruselas hay un parque en el que han colocado, de decoración, unas grandes figuras de piedra con forma de avestruces que esconden la cabeza bajo tierra. Casi parecen una alegoría de esta Europa que se ha ido transformando a golpe de necesidades numéricas y de intentar pisar la agenda a una derecha radical que, pese a no ser mayoritaria, es ganadora.
Empieza una nueva legislatura complicada. Más confrontacional. Pero también con mucha necesidad de discutir políticas. Y no comprar la involución de la UE como la única salida posible para la supervivencia.
El Parlamento Europeo siempre tiene algo imprevisible –incontrolable, incluso– y por eso es incómodo en los equilibrios interinstitucionales de Bruselas. Pero no me cansaré de decir que es la única institución de la Unión donde existe un verdadero debate ideológico retransmitido en directo para cualquier persona que quiera seguirlo. Cuando las propuestas legislativas llegan al Consejo, las dinámicas de los intereses gubernamentales entran en juego.
En cuestión de días los Veintisiete deben empezar a negociar la renovación de todos los altos cargos de la UE. ¿Qué grado de ambición y liderazgo quieren para el nuevo presidente del Consejo de la UE? ¿Qué tono marcará la diplomacia europea de los próximos cinco años? No solo qué nivel de beligerancia retórica, también qué sensibilidad hacia los conflictos que rodean a la Unión, más allá de Ucrania. El juego político comienza ahora. ¿Qué piensan hacer los jefes de estado y gobierno de la Unión con estas mayorías?