Las izquierdas agrietadas

En su libro ¿La rebeldía se volvió de derechas?, el periodista y académico argentino Pablo Stefanoni describe unas izquierdas que han reducido su agenda política a defender lastatus quo frente a unas derechas comprometidas con la antipolítica y los simplismos para canalizar las frustraciones de la clase trabajadora. Estas dinámicas políticas disruptivas que se desarrollan a varios niveles y con diferentes complicidades han hecho que los partidos progresistas se limiten a proteger lo logrado hasta ahora ya renunciar a la utopía.

La subordinación de las tesis progresistas a discutir la agenda del conservadurismo neoliberal y las ocurrencias de la extrema derecha tiene unas consecuencias directas sobre las percepciones de la ciudadanía sobre quien lidera el debate político. En este sentido, en los últimos meses, entre el debate de presupuestos y la campaña electoral que le ha seguido, la opinión pública catalana ha podido identificar con nitidez qué partidos políticos trabajan para que haya más terminales aeroportuarias, más asfalto, más estructuras turísticas o más entradas de capital bursátil en un mercado de alquiler asfixiado. Muy lejos de esta claridad, resulta más difícil saber qué partidos hacen sus problemas como la emergencia habitacional o climática y el estancamiento de los salarios mientras galopa el coste de vida, la salud mental de los jóvenes –cuando el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte entre este colectivo– o la lucha contra violencias estructurales como el racismo, que condiciona vidas.

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Cuando hablo de defender estas causas, no me refiero ni a la asunción de las demandas en el programa, ni a la mera defensa discursiva, sino al uso de la fuerza política para hacer realidad estos reclamos. Independientemente del poder institucional de los partidos de izquierdas, la identificación clara de los actores progresistas que hacen suyos, fehacientemente, los asuntos socioeconómicos que más preocupan a la ciudadanía destaca por su ausencia.

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Si aceptamos, por ejemplo, que el PSC sigue siendo un partido de izquierdas pese al trabajo activo de su cúpula para borrarse de ese eje ideológico, no nos encajaría ni la flagrante convergencia de sus apuestas socioeconómicas con Junts+, ni el “gobierno transversal” que sus miembros sueñan con pactar con estos últimos.

En cuanto a Esquerra Republicana, se les está haciendo difícil digerir el batacazo electoral, en parte, por haber caído en la trampa del PSC y jugarse un gobierno al que le quedaba un año de mandato para defender una “ imposición” del partido de Isla como es el Hard Rock. En este sentido, ERC ha perdido votantes por no ser suficientemente de izquierdas ni suficientemente independentistas, y es que, con la misma fuerza que Junts+ y con más compromisos arrancados de las negociaciones con Madrid, han perdido el relato político ante estos últimos por la falta de una estrategia eficiente en la comunicación política de lo logrado. Es posible que a la larga puedan contar que la ciudadanía catalana reconozca sus logros en un gobierno minoritario, pero desgraciadamente para el partido republicano, que esto suceda ni depende de ellos, ni remediaría el desgaste actual.

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En cuanto a los comunes, que a lo largo de la campaña se han congratulado de ser un partido que prioriza la defensa de la vivienda y que cierra el paso al Hard Rock, ya han dejado en entredicho la firmeza de este último compromiso. Los comunes deben valorar qué tipo de partido quieren ser, dado que si hace menos de una década habían liderado los resultados de las elecciones generales (2016) en Catalunya, en estos últimos comicios sólo han sumado diputados a la demarcación de Barcelona.

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Respecto a la CUP, con el adelanto electoral se han visto obligadas a postergar un proceso tan necesario para las izquierdas en este panorama como es el de parar a reflexionar. Puede que no hayan tenido tiempo suficiente para valorar su horizonte institucional, dado que a lo largo de la campaña se han mostrado dispuestas a reeditar un pacto con Junts+, lo que va en la línea de seguir reduciendo su impacto institucional en la premisa de someter la agenda social en la agenda nacional. Algo que se está comprobando tan nefasto para el progreso social como para sus aspiraciones electorales, en la medida en que las principales preocupaciones de la opinión pública catalana han pasado de las cuestiones de identidad nacional (alrededor del 40% el 2018, según el CEO) al cambio climático, el acceso a la vivienda, la precariedad laboral o la percepción de inseguridad (más del 80% acumulativo, según el último barómetro).

Sin embargo, en este panorama, independientemente de cuando se ponga en marcha el próximo ciclo electoral nacional o estatal, urge que nuestras izquierdas agrietadas generen estructuras locales para confluir su agenda con los clamores de una base electoral que, actualmente, se divide entre las personas que se ven huérfanos de opciones políticas, las que se han visto tentadas por los simplismos, y las que seguimos creyendo en la utopía.

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