En nuestro país y en varios países de tradición democrática la antipolítica está cristalizando como una nueva cultura juvenil. El diagnóstico rápido es culpar de toda la hiperconexión y desinformación que circula por las redes sociales. La respuesta lenta, en cambio, nos genera más preguntas y algunas incómodas. Merece la pena que, además de revisar esta enmienda joven a la totalidad del funcionamiento democrático, nos preguntamos también qué necesitamos modificar de la política (institucional) para recuperar la confianza.
Cuestionar el sistema es un rito de paso para la juventud. Tomar distancia crítica del contexto en el que has crecido es necesario. Forma parte de descubrir quién eres, en qué mundo quieres vivir y qué vas a hacer para construirlo. Es por tanto un momento crucial de búsqueda de referentes y antimodelos. La política (institucional) ha dejado de ser uno de esos espacios de inspiración –los jóvenes ni están ni se les espera– y el descrédito de las instituciones va en aumento. Tenemos una crisis de confianza política a nivel global, atravesada por una brecha de género sin precedentes.
En nuestra casa, ellos cada vez se posicionan más a la derecha y ellas más a la izquierda, de acuerdo con datos del CEO para el rango de 16 a 24 años. Tienen en común que suspenden partidos, perfiles políticos e instituciones. Es especialmente preocupante el reclamo de mano dura por parte de ellos: prefieren mayor control, menos inmigración, menos feminismo, menos impuestos aunque sea perdiendo servicios... a la vez que ven con buenos ojos la privatización de la educación y de la sanidad . Incluso están dispuestos a perder grados de democracia en favor de una mejor gestión del cambio climático o garantizar un adecuado nivel de vida. A sus ojos, la democracia es demasiado blanda.
Podemos culpar a las redes sociales y quedarnos tan anchos señalando sus usos digitales –que no hemos sabido educar y acompañar–. Podemos repetir que tener una juventud hiperconectada a los contenidos y con limitado espíritu crítico es un problema. Podemos incluso buscar justificaciones en la neurobiología: sus cerebros, todavía en fase de maduración, son un blanco perfecto para deslumbrarse con el binomio Trump-Musk y comprar la cultura tech bro como modelo de éxito. O creer que el baile de cifras de personas fallecidas por la DANA en la Comunidad Valenciana es fruto de una manipulación bajista para no alarmar. Cuando eres joven, acceder a explicaciones alternativas es también cuestionar a las autoridades oficiales.
Podemos quedarnos señalando, o preguntarnos si los jóvenes son un síntoma, en lugar del problema. Canalizar la hostilidad contra un sistema que no te tiene en cuenta, que te ha decepcionado ofreciendo futuros rotos y que hace signos de desfallecer a escala planetaria, tiene sentido. Es extremadamente tentador coger la parte por el todo, hacer borrón y cuenta nueva. Sobre todo si en casa no tienes un entorno que favorezca las cenas en familia en las que desmontar los discursos fáciles, dar contexto y ofrecer alternativas. Y por desgracia, esta antipolítica como identidad tiene género pero no tiene clase social.
¿Por qué no aprovechamos esta juventud airada y descreída para plantearnos, profunda y colectivamente, algo más? De hecho, la desconfianza hacia la política institucional (catalana, española y europea) presenta un suspenso de 3 sobre 10 en todas las franjas de edad. Nos merecemos (pequeños y mayores) una política menos confrontante y prepotente, quizás más deliberativa y accesible. Todo lo que se me ocurre para contrarrestar la antipolítica programada y programática de X y TikTok serviría para replantearnos el funcionamiento actual de la democracia, sometida a lógicas económicas neoliberales.
Si queremos cultivar la cultura democrática entre los jóvenes, hagámoslo desde la interdependencia y la corresponsabilidad. Podemos realizar alfabetización mediática, pero tampoco convenceremos si las noticias reales nos dan pocos argumentos para la persuasión. Miremos más allá: detrás de la cortina de humo de dudosa representatividad y liderazgos mediocres están las administraciones públicas, llenas de personas que hacen que el día a día funcione. Es necesario humanizar las instituciones y acercarlas a la ciudadanía. Es necesario ver más allá de los frontones dialécticos y dar a conocer el servicio público en toda su complejidad. Ni es perfecto ni ninguno en un vídeo de 30 segundos, pero debemos intentarlo. No se puede valorar lo que no se conoce. Nos jugamos el fondo y la forma de la democracia, que, al fin y al cabo, también va a construir los consensos a la altura de las necesidades de la démos de cada momento.