Jumella y el síndrome de la rana hervida
Si se coloca una rana en agua hirviendo, saltará de inmediato para salvarse. Sin embargo, si se pone en agua fría y se aumenta paulatinamente la temperatura, la rana no percibirá el peligro y morirá hervida sin intentar escapar. Este fenómeno, conocido como el "síndrome de la rana hervida", describe un proceso de adaptación gradual al cambio que puede tener consecuencias trágicas e irreversibles. Es una estrategia comúnmente utilizada para explicar diversos fenómenos sociales y políticos, incluido el ascenso del nazismo y su trágico resultado en forma de genocidio. Es altamente improbable, si no imposible, que Hitler hubiera obtenido el apoyo de los ciudadanos alemanes si se hubiera presentado a las elecciones de 1933 con un programa político que incluyera su plan de exterminar a judíos, gitanos, testigos de Jehová y otras minorías a través de un sofisticado sistema de campos de exterminio y camerunos. Una política así no habría encontrado apoyo entre la ciudadanía alemana. Nadie, ni siquiera los más convencidos de la superioridad de la raza aria, probablemente habrían apoyado a un partido que sostuviera tal barbaridad en su ideario político.
Sin embargo, Hitler logró convencer a una amplia mayoría de alemanes mediante la estrategia de la "rana hervida". Empezó con boicots en los negocios judíos y con la exclusión de los judíos de algunas profesiones. Después, prohibió los matrimonios entre judíos y arias, ardió sinagogas y, finalmente, el proceso culminó con el envío masivo de judíos a los campos de concentración y, finalmente, a los campos de exterminio. Y pareció normal. La conclusión de un proceso lógico e irrefutable.
No es ciertamente una estrategia desconocida para la ultraderecha internacional. En Estados Unidos, el proceso de deshumanización del "diferente" está en una fase avanzada. Se están organizando patrullas populares –y, por tanto, ilegales– por orden del presidente para detener y deportar supuestos migrantes, utilizando camiones de mudanzas. Incluso el presidente aplaude un anuncio televisivo en el que se hace alarde de supremacía genética. Es probable que, si Trump hubiera incluido estas medidas en el programa del Partido Republicano en 2016, difícilmente habría llegado a la presidencia de EE.UU. Sin embargo, una década después, después de haber implementado otras medidas contra los migrantes, todo esto parece aceptable. Es un grado más de calor y todavía se puede soportar.
Esta misma táctica parece que la está utilizando Vox al utilizar como laboratorio de ensayo ciertas poblaciones murcianas. Después de que una representante de Vox apelara a expulsar a ocho millones de migrantes y que se organizaran hordas de violentos para apalear a jóvenes migrantes en Torre Pacheco, el Ayuntamiento de Jumella ha aprobado una normativa que prohíbe el uso de instalaciones públicas, especialmente los polideportivos, para únicamente comunidades islamicas, lo que en la práctica afecta. La (supuesta) razón que se argumenta para justificar esta medida es que son "celebraciones" foráneas y que es necesario defender la identidad de España. Defenderla, como señala Vox, contra la plaga de migrantes y el contagio de culturas ajenas. De nuevo, es un grado más de calor y todavía puede tolerarse.
Pero si ese empeoramiento de los episodios de persecución a lo diferente no fuera suficiente, hay que añadir otro factor que lo hace aún más preocupante: el apoyo del partido que probablemente gobernará España en los próximos años, que no solo se mantiene impasible ante el endurecimiento del discurso y de las medidas propuestas por Vox, sino que ahora las asume como propias. Lo que ayer habría escandalizado a cualquier demócrata –prohibiciones dirigidas contra minorías, patrullas civiles alentadas por discursos de odio, exclusiones disfrazadas de "defensa identitaria"– hoy apenas provoca un gesto de desagrado, sino una justificación. La temperatura ha subido un grado más, y todavía se resiste. Esta tolerancia al calor ideológico es precisamente lo que permite que el proceso avance, paso a paso, sin grandes sobresaltos.
Pero cada vez estamos más cerca de la temperatura de ebullición y la responsabilidad eventual no recae sólo en quienes impulsan estas políticas, sino también en aquellos que las consienten con su silencio, su pasividad o su complicidad electoral interesada. La historia ha demostrado que la banalización del mal no necesita monstruos, sino entornos sociales y políticos que miren hacia otro lado. Como decía Burke, el mal triunfa cuando los buenos no hacen nada. Por eso,que el gobierno central haya impugnado el acuerdo municipal es un paso en la buena dirección. Pero hay que recordar que el síndrome de la rana hervida no es un simple ejercicio retórico, sino un imperativo ético: estamos a tiempo de actuar. Si no prestamos atención a los cambios pequeños y graduales, acabaremos adaptándonos sin darnos cuenta a situaciones calamitosas e irreversibles, hasta que sea demasiado tarde para saltar. No es cuestión de ser alarmista, sino de recordar el pasado y ser conscientes de que las democracias no colapsan de repente, sino que más bien se erosionan lentamente.