El legado de Berlusconi: ¿un mundo de 'berlus-clones'?

3 min
Silvio Berlusconi saluda a su salida de Palazzo Grazioli, su residencia en el centro de Roma, en una imagen de 2015.

Silvio Berlusconi ha sido uno de los personajes políticos que ha suscitado más polémicas tanto en Italia como internacionalmente. Por desgracia –aunque comprensiblemente, teniendo en cuenta el carácter controvertido del personaje y su indiscutible capacidad de usar los medios en beneficio suyo–, la mayoría de los debates se han centrado en su persona. Se han ridiculizado sus frecuentes meteduras de pata o se han hecho juicios éticos o morales como los relativos a sus innumerables escándalos sexuales. Esto ha dejado a menudo en segundo plano temas más importantes, como, por ejemplo, sus relaciones con el mundo mafioso y, en general, ha obstaculizado una comprensión profunda del "fenómeno Berlusconi”.

Ahora que Berlusconi ya no podrá generar cortinas de humo con el bunga-bunga y sus coloridas consideraciones sobre los atributos físicos de políticos mundiales, es el momento de intentar hacer un análisis más lúcido.

Algunas interpretaciones sobre el berlusconismo ven la aparición y el éxito de Berlusconi como una expresión y/o una consecuencia de la llamada “anomalía italiana”, un conjunto de defectos intrínsecos a la sociedad italiana que alguien ha llegado a definir como una especie de trastorno bipolar del tejido social. Otros estudios han puesto en evidencia cómo, a través de la televisión comercial, Berlusconi ha conseguido forjar el inconsciente colectivo de los italianos, y cómo la misma televisión ha contribuido a la banalización del lenguaje, funcionando al mismo tiempo como un caballo de Troya para la introducción de las técnicas del marketing en la política.

El berlusconismo, en este sentido, tendría que ser considerado y estudiado a la vez como causa y consecuencia de una grave crisis política, que en Italia ha sido más profunda y evidente, pero que de facto se ha dado en prácticamente todas las democracias occidentales contemporáneas.

Berlusconi ha sido el primer telepopulista, y así ha inaugurado, como ha explicado muy bien el filósofo Pierre-André Taguieff, una forma de populismo adaptada a las exigencias de los medios, particularmente a la televisión, cuya eficiencia simbólica emana directamente de los recursos de los medios de comunicación y de las habilidades telegénicas del líder.

Resulta casi redundante subrayar cómo el berlusconismo ha anticipado –y quizás plasmado– las características de muchos populismos contemporáneos, como el trumpismo o el bolsonarismo: personalización extrema, simplificación del lenguaje, promesa de soluciones sencillas a problemas complejos, individuación de un chivo expiatorio para culparlo de todos los males, hipermediatización y politainment (una comunicación política que adopta estilos y formatos del entretenimiento).

Pero ¿cuál es el legado de Berlusconi? Desde que bajó al ruedo en 1994, el Cavaliere no solo ha dominado la escena política italiana, puesto que del 1994 al 2011 el conjunto de la dialéctica política ha girado casi completamente alrededor de la dicotomía berlusconismo / antiberlusconismo; sino que, además, parece haber transformado la cultura política y la manera de comunicar y hacer política en el país.

En este momento, de hecho, aunque no puede haber muchas dudas sobre el futuro de su partido, totalmente dependiente del líder, ya se puede apreciar cómo el populismo ha pasado a ser endémico en el panorama político italiano, donde ha engendrado una serie de berlus-clones.

Empezando por su bando, Matteo Salvini ha transformado el telepopulismo en populismo 2.0 sustituyendo a los televidentes por los amigos de Facebook; y Giorgia –mujer, italiana, madre y cristiana– Meloni ha adaptado su lenguaje, originalmente de raíz nacionalista (post)fascista, a un nacionalismo banal y familiar, un nacionalismo de Bar Sport –la versión italiana del Bar Manolo.

En un lugar no más precisamente específico del espectro político encontramos el Movimiento Cinco Estrellas, la viva personificación del populismo vacío, cuyo fundador es un cómico y cuyo todopoderoso jefe de comunicación ha salido ni mucho menos que del Gran Hermano, emitido, cómo no, por las redes de Berlusconi.

Al otro lado yace el Partido Democrático, o lo que queda de él, que después del fallido liderazgo de Renzi –probablemente el más fiel al original entre los berlus-clones–, de la escisión Renzi-Calenda y del batacazo de Letta, parece haber perdido la conexión con los electores por su incapacidad de adaptarse a una cultura política dominada por el politainment.

En este sentido, y tomando prestada la expresión que Alessandro Manzoni, uno de los grandes referentes de la literatura italiana, usó para Napoleón, “ai posteri l’ardua sentenza”: tocará a las generaciones futuras analizar el impacto a largo plazo del berlusconismo y la continuidad del estilo berlus-clon. De momento, observar las elecciones españolas del 28 de mayo o del 23 de julio nos puede dar una idea de en qué medida los rasgos del Caimano se han diseminado por la política europea.

Laura Cervi es politóloga y profesora de ciencias de la comunicación en la UAB
stats