Mural en el parque de las Tres Ximeneies.
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Desde aproximadamente 2015, cuando resultó evidente que el Procés independentista catalán iba de veras, que no era un suflé ni un ataque de locura pasajero, decir que la española es una “democracia madura” se ha convertido en un mantra, una especie de jaculatoria repetida por todo tipo de responsables políticos e institucionales, desde el rey hacia abajo, no muy conscientes de que excusatio non petita, accusatio manifiesta.

Aún durante la reciente campaña electoral, el candidato Salvador Illa insistió que España es “una de las democracias mejores y más maduras” del mundo. Pero, mientras lo decía, las semanas previas al 14-F se habían convertido, por obra y gracia de las Juntas Electorales central, provinciales y de zona, en un verdadero periodo de excepción en materia de derechos y libertades. Agudizando tendencias visibles desde el 21-D del 2017, las mencionadas Juntas han prohibido pancartas, concentraciones y manifestaciones a favor o en bienvenida de los presos políticos, como si los presos no tuvieran nada que ver con aquello que se tenía que dilucidar en las urnas... o como si ellos mismos no estuvieran participando activamente en la campaña. En la Autónoma, hubo que tapar temporalmente un mural histórico que reclama "Independencia, socialismo, feminismo", para evitar sanciones de la Junta de Sabadell. Vaya, que si desde 1977 las campañas electorales eran una eclosión de libertad, de propaganda, de manifestaciones, pegadas de carteles, pancartas, etcétera, ahora, en Catalunya y contra el independentismo, se han transformado en una etapa marcada por denuncias y prohibiciones.

Justo la “jornada de reflexión”, el sábado 13, la vicepresidenta Calvo reiteraba en una entrevista aquello de la “democracia madura”. Pues bien, aquella misma mañana, por las calles del barrio madrileño de Ventas y dentro del cementerio de la Almudena, tenía lugar un acto de homenaje a los Caídos de la División Azul; un acto abiertamente neonazi en el cual, además de glorificar a los muertos españoles integrados voluntariamente dentro de la Wehrmacht durante la atroz guerra racial e ideológica desatada por Hitler contra la Unión Soviética, se profirieron soflamas (“Nada hay más certero que esta afirmación: el judío es el culpable”) obscenamente antisemitas.

¿La señora Calvo se imagina, en Francia, un similar homenaje público a los muertos de la Légion des Volontaires Français contre le Bolchévisme, el equivalente de la División Azul? ¿O, en Escandinavia, un homenaje a los miembros de la división SS Nordland, salpimentado con eslóganes antisemitas? En aquellas democracias con el nazi-fascismo no se juega y, si alguien lo hace, se enfrenta a la ley. En Madrid, la Fiscalía ha empezado a investigar, pero no deberá de correr mucho, absorbida como está recurriendo el tercer grado de los presos políticos catalanes y poniendo objeciones a sus indultos.

Sin duda debe de ser otro síntoma de madurez democrática el protagonismo, en el acto de La Almudena y después, de Isabel Medina Peralta, una niñataesta sí que se merece la palabra de Díaz Ayuso– de 18 años, políticamente y moralmente analfabeta, que se declara “fascista, o nacionalsocialista”, admiradora de Mussolini y Hitler. ¿Cómo ha podido esta “democracia madura” engendrar gente así? ¿En qué ambiente se ha socializado? ¿Quizás a la sombra de un padre (Juan Manuel Medina) de pasado ultraderechista reciclado en el PP, y hoy tertuliano de El programa de Ana Rosa...?

Las evidencias sobre cómo se está volviendo de madura la democracia española se multiplican. Cristina Cifuentes, beneficiaria de un fraude reconocido y condenado por la justicia, resulta absuelta porque ella no tuvo nada que ver; todo fue cosa de colaboradores demasiado serviciales que le querían regalar un máster universitario. El magistrado José Luis Concepción, presidente del TSJ de Castilla y León, denuncia la –falsa– militancia del vicepresidente Pablo Iglesias en el Partido Comunista con los mismos tonos e intención que si fuera el fiscal togado militar en un consejo de guerra franquista de los años 1940, y se preparara para pedir para el acusado la rutinaria pena de muerte.

Y tenemos, está claro, el caso Hasél, sobre el cual querría precisar mi posición. Cómo ya se deben de imaginar, el rap no es mi estilo musical predilecto, y en concreto las letras que he oído del leridano me parecen... ¿cómo lo diré?... no muy sutiles ni sofisticadas. Pero hay peor. Pablo Rivadulla/Hasél se declara simpatizante fervoroso del Partido Comunista de España (reconstituido); y el PCE (r) es el brazo político de los Grapo, una secta destructiva y fanática que causó más de ochenta muertos sin quitarse nunca de encima la sospecha de ser un grupúsculo manipulado e infiltrado. Conviene recordar que, entre sus militantes fundacionales, había un tal Pío Moa.

Dicho esto, un código penal y una justicia realmente maduras no pueden encarcelar a nadie por su equivocado criterio político, por su mal gusto musical, por la estridencia de sus canciones o por el contenido de sus tuits. El delito de injurias a la Corona es un anacronismo, y solo un aparato judicial sin cultura, ni criterio, ni cintura democráticas ha podido convertir a Hasél en mártir de la libertad de expresión. Me parece que, a base de madurar, bastantes cosas se están pudriendo.

Joan B. Culla es historiador

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