Un maestro que se va

Pliega, se va, porque quería enseñar, se va, porque quería transmitir, se va, porque odia los Chromebooks, que son una pantalla (pantalla para los alumnos y pantalla contra el maestro) los distrae, que les hace traicionar y les hace ser pícaros, que les hace no escuchar nada, porque no es necesario, porque las clases magistrales se ridiculizan (pero, en cambio, los tutoriales, que son lo mismo, no) Se va, porque los padres y los propios niños ya no son unos usuarios, ahora ya son unos clientes. dulcemente”, piden los clientes. Sin palabras, ya no tienen. fórmulas preciosas, donde subrayaba y borraba, desaparece, ya no es moda. los libros, claro. En medio de esta arcaica (quién sabe si facha y repugnante) pizarra, le han plantificado una pantalla de televisión. "Las pantallas son útiles", le dicen los compañeros más modernizados. “Puedes proyectar youtubers que expliquen con gracia la lección”. Él no tiene gracia, no quiere tener, él explica, apasionado, la lección, pero no es “divertido”. Él, quizás, reivindica –en silencio, claro, que no es un youtuber– el bendito, reconfortante aburrimiento.

June, se va, ya no quiere ser este señor caricaturizable, que se queden al mando del 'Endurance los padres exigentes, los alumnos tratados entre algodones, que se queden solo diciendo que la ortografía es facha, que las matas no hacen falta, que todo está en la red. Que sepan que el único examen que harán de verdad –lo único que cuenta– es el del carnet de conducir (en éste es en el único donde no les perdonarán nada). Junto, se va muy triste. Era un enamorado del trabajo. Le encantaba llenar su pizarra, antes de que le plantearan la pantalla delante.