La malcarada de la cola

Una pescadería en el Mercado de la Boquería de Barcelona en una imagen de archivo.
07/11/2025
2 min

"¿El veintidós?", pregunta la pescadera. Y como nadie contesta, una parroquiana hace: "Yo tengo el veintitrés". Inician la conversación necesaria. Que si estas doradas me las podrías limpiar para el horno, que si que guapos que son los mejillones. "Perdona! Yo tengo el veintidós, ¿eh?", hace una chica de pelos largos y calabazas en las axilas. "Ah, es que le he llamado...", dice la pescadera. "Muy flojo lo habrás hecho que no te hemos oído, ¿eh? ¡Otro día hazlo más fuerte!", la regaña. "Es culpa mía", dice la señora del veintitrés, para ayudar a la vendedora. "A ver, es que sólo quiero rap, pero justamente estaba haciendo la cola en ambos lugares, ¡por favor!", insiste la otra. "¿Cómo lo quieres, el rape?", le pregunta la pescadera, que podría ser su abuela, y es una experta cortante y limpiando. "A mí? A mí me da igual –mueve la clienta–. Yo no como ni carne ni pescado, no debería estar aquí, me lo han encargado, ¡cómo puedes comprender a mí hacer esto no me gusta!" La pescadera la mira desolada, con ojos tristes y brillantes. Solo son las nueve de la mañana. Le queda todo el día de trabajo.

La clienta del veintitrés, en cuanto la enfadada marcha, aprovecha para criticar. "¿Qué trato más feo, verdad? –le dice a la pescadera–. A nosotros qué nos importa, ¿que no quiera estar aquí?". Y ella, la pescadera, hace: "Si supieras... Esto, en realidad, no es nada comparado con según qué..." Un hombre, el del veinticuatro, da un cabezazo para asentir. Todos ellos saben que esa cola es un momento de respeto y cordialidad. Dar el buen día, preguntar cuatro cosas, sonreír por la alegría que supone poder estar comprando pescado fresco, en un sitio tan bueno, con la sensación de gastar bien los céntimos para hacer la comida para alguien que quieres o que te gusta. Despedirse. Hablar con los demás, preguntarles qué van a hacer de lo que compran. "Es que estar enfadado en la cola del pez es imperdonable", dice la señora del veintitrés. Y el señor del veinticuatro sonríe y hace que sí.

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