Unos niños jugando con un tanque en el distrito de Kovacici, en Sarajevo, en 1996. Bosnia anunció el lunes su intención de abrir un museo sobre el asedio.
14/11/2025
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Se suele decir que las personas somos capaces de lo mejor y de lo peor. La condición humana está dotada para expresarse y actuar con múltiples formas de bondad que dan lugar a muestras de cariño, empatía y solidaridad. Las expresiones de maldad serían la otra cara de la moneda: guerras, violencia, xenofobia, sadismo... Los ejemplos de crueldad son casi infinitos, con concreciones actuales injustificables y difíciles de contar. El genocidio sistemático que practica Israel en Palestina es la mayor muestra ahora mismo, pero también el tipo de guerra que practica la Rusia de Putin en Ucrania, el trato vejatorio a los inmigrantes en América de Trump, las excusas de mal pagador de Mazón en Valencia o el abandono de los abuelos en las residencias madrileñas. No hablamos de errores o de imponderables, ni de daños colaterales, sino de comportamientos de personas a las que no les preocupa el sufrimiento y la muerte de los demás o que, incluso, como en el caso israelí, parecen disfrutarlo de forma suficientemente abierta. Se deshumanizan colectivos enteros y se practica con ellos una violencia extrema hasta aniquilarlos, de forma industrial y organizada. Grupos humanos despojados de derechos y de la condición de sujetos, prendas a destruir.

La historia nos dice que, junto a los conocimientos y esfuerzos colectivos que han llevado al progreso de la humanidad, hay inmensas expresiones de barbarie. Buscamos siempre, incluso en los casos más extremos y execrables, cierta causalidad, los porqués de los comportamientos más inhumanos. Ciertamente, no para justificarlos, sino para intentar entenderlos situándolos en un origen y coordenadas que habrían generado conflicto. La violencia, e incluso la deshumanización, suele tener raíces, por más repugnantes que nos resulten. Lo que nos sorprende y supera es cuando la violencia extrema, el infligir dolor o el asesinato no tienen ninguna explicación y parece que se practiquen de manera absolutamente gratuita, porque sí. En el cine o la literatura hay buenos ejemplos: La naranja mecánica de Anthony Burgess llevada al cine por Kubrick. Pero era ficción. Individuos amorales desposeídos de cualquier noción de bien y de mal, capaces de matar por placer sin filtro alguno o reacción de arrepentimiento. La vida humana como algo que puede ser destruida y aniquilada a voluntad. No se trata sólo ni principalmente de psicópatas o de personas con trastornos mentales graves, sino de individuos aparentemente convencionales que, cuando tienen la posibilidad de actuar anónimamente, expresan esta pulsión de forma desatada.

La Fiscalía de Milán ha abierto una investigación sobre las cacerías humanas que tuvieron lugar durante el asedio de Sarajevo. Entre 1992 y 1996, cientos de personas adineradas pagaron una buena cantidad para ir a practicar como francotiradores y matar a personas inocentes, también viejos y criaturas, como una especie de safari que consistía en abatir ciudadanos asustados. Estos "turistas" nada tenían que ver con el conflicto doloroso y sangriento, y nada los conectaba a Bosnia. Sencillamente, tenían una magnífica oportunidad para soltar sus pulsiones más elementales y salvajes. El tema parece estar bien organizado por una especie de agencia que hacía packs de viajes a través de la ciudad de Trieste, y consistía en desplazamiento, equipamiento, armas y piezas a cobrar, resolviendo su regreso a la normalidad después de la experiencia. Se afirma que los clientes eran empresarios y profesionales liberales aficionados a la cacería, al uso de las armas y liberar tensiones con el ejercicio de la crueldad. Dispuestos a pagar hasta 100.000 euros –o su equivalente–, y un plus cuando lo cobrado eran niños. La investigación se está realizando en Italia, pero parece haber gente de otras nacionalidades, entre ellos españoles.

No hay más que recordar que el asedio a la ciudad de Sarajevo fue uno de los episodios más brutales de la guerra de Bosnia. La vida de las personas se hizo imposible en la población cercada. Además de los bombardeos, consecuencia de la actuación de una muchedumbre de francotiradores al servicio de Serbia y –ahora sabemos– también de aficionados a la experimentación más gore. Murieron unas 10.000 personas, entre ellas 1.500 niños, y los heridos de bala fueron más de 55.000. Eduard Limónov, el escritor y activista ruso, reconoce en la biografía novelada por Emmanuel Carrère haberse enrolado en las filas serbias para gozar de la adrenalina de esta práctica. Sin embargo, parece que no fue un caso aislado. Había un producto turístico estructurado y comercializado.

Faltan palabras y adjetivos por definirlo. Va mucho más allá de condenar a organizadores y participantes. Si se procesa penalmente a los responsables, no será suficiente para borrar la vergüenza que provoca que esto haya sido posible. Superan cualquier imaginación distópica sobre el nihilismo, la amoralidad y la condición humana. Es la recreación deEl corazón de las tinieblas. No hay suficiente desprecio ni leyes suficientes para condenarlo. ¿Se puede seguir pensando en la capacidad de progreso de las sociedades humanas después de expresiones como éstas?

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