Matemáticas socioafectivas

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Clase de matemáticas en el instituto Los Til·lers de las Franqueses.

El gobierno de España ofrecerá “un incentivo económico a los profesores que enseñen matemáticas con un sentido «socioafectivo» para reducir el rechazo de los alumnos hacia esta asignatura”, leo en los papeles.

Ignoro cómo se pueden hacer este tipo de matemáticas. No sé si a los problemas a resolver, ahora, Jan y Jana, cuando calculen la velocidad de un test que cae de un quinto piso, también tendrán que exponer que es peligroso que las macetas caigan de los quintos pisos porque pueden herir algún ciudadano vulnerable a nivel de clepsa. Quizás el maestro tendrá que dar abrazos a los alumnos que no hayan sabido hacer el cálculo (pero abrazos que se consensúen después de un debate). Quizás podría aprovechar y pedir a los que le han pinchado la rueda del coche que calculen —si les apetece, claro— cuánto tardará el neumático en deshincharse completamente.

En todo caso, me parece un incentivo muy poco socioafectivo, sinceramente. Me recuerda a aquella autora que hizo un libro explicando las bondades de abandonar el dinero y de hacer como antes, que se cambiaba un kilo de patatas por una gallina. Cuando, por Sant Jordi, fui a pedirle el libro, no aceptó una cesta de huevos. Me lo quiso cobrar.

Quiero decir, pues, que es un incentivo matemático, y no me parece coherente. Si quieres que los profesores impartan esta asignatura —ninguna más, sólo ésta— con un sentido socioafectivo, lo que tienes que hacer es premiarlos con un sentido socioafectivo. Si tú le dices al profesor de matemáticas que le aumentará la nómina un 20%, por ejemplo, gracias a la socioafectividad que practique, estás diciéndole que las matemáticas sirven para algo, como conocer cuánto dinero tendrá para poder ir al bar a olvidar que está haciendo matemáticas socioafectivas.

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