Entre el 8 y el 12 de abril, Barcelona acoge la primera convención de los directivos y franquiciados de McDonalds que se echa de Estados Unidos. La "McFamily", que llaman ellos, parece estar compuesta por 14.000 directivos y franquiciados. No los trabajadores y trabajadoras, que al parecer, no deben ser de la familia y no pueden ni coger vacaciones.
Es sorprendente que Barcelona acoja este evento (quien sea que haya aceptado, promovido o se haya puesto de perfil se ha lucido). Sólo hace cuatro años se lanzaba la Carta Alimentaria de la Región Metropolitana de Barcelona, firmada por 100 entidades públicas, empresas, entidades sociales, sindicatos... entre ellas el AMB, la Diputación de Barcelona, el departamento de Acción Climática de la Generalitat... y el plenario municipal barcelonés, que se adhiría por unanimidad.
La Carta, entre otras interesantes estrategias, plantea: la defensa de un medio agrario vivo que impulse la producción local y su valor social y ecológico; democratizar la alimentación en base a la justicia social para que garantice las condiciones de acceso de toda la población a una alimentación sana, equilibrada y sabrosa, basada, en la medida de lo posible, en productos locales y ecológicos; empoderar y sensibilizar a la ciudadanía hacia unos modelos de consumo y estilos de vida más saludables, responsables y sostenibles; fomentar los circuitos de comercialización de proximidad poniendo en valor los productos cercanos. Esto ocurría en el 2020.
En 2021, Barcelona acogió la VI Conferencia del Pacto de Política Alimentaria Urbana de Milán, que desde su lanzamiento en la capital lombarda han firmado más de 200 ciudades (donde viven más de 450 millones de personas) para impulsar, con medidas concretas, derecho a una alimentación sana, segura y suficiente para los habitantes del mundo.
Todo ese año Barcelona se convirtió en Capital Mundial de la Alimentación Sostenible y se desplegaron más de 90 proyectos para el fomento de una alimentación sana, ambientalmente responsable, de proximidad y que favorezca la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero . En síntesis, un esfuerzo compartido, política y socialmente transversal y con visión de futuro para cambiar nuestros hábitos alimenticios. Y para cambiar nuestra forma de producir, distribuir y aprovechar la comida en tiempos de emergencia climática.
El fast food globalizado de hamburguesa, bebida azucarada y envase de un solo uso encarna la antítesis de los principios firmados en esa Carta. También se confronta con la sana, equilibrada y de proximidad dieta mediterránea. Por supuesto, todo el mundo puede montar su fiesta donde le plazca, pero la celebración redonda de la 30ª edición y por primera vez al otro lado del Atlántico, hace mucha pinta de evento icónico asociado a Barcelona. ¿Lo queremos?
Lo que promueve la Carta es esencial de hacer y es el futuro (si queremos que nuestros hijos e hijas tengan un futuro). La ciudadanía europea ingerimos, de media, 1,58 kg de carne a la semana. La catalana, en promedio, casi 2 kg. Una dieta saludable según los médicos, y que permitirá una reducción efectiva de emisiones de gases de efecto invernadero, debería contener, como máximo, 300-500 gramos de carne a la semana. Y es necesario empezar por una reducción drástica del consumo de carne procesada –como, por ejemplo, las hamburguesas de los fast food.
Se considera que el sistema alimenticio global contribuye en un tercio a las emisiones totales. Reducir el consumo de carne (y el desperdicio) en el norte es imperativo. Por salud y para hacer frente a la emergencia climática. También lo es que las empresas globales hagan sus deberes. Se estima que McDonald's emite anualmente 53 millones de toneladas de C02, 13 millones más que todas las emisiones de Catalunya. Compra y procesa más de 860.000 toneladas de carne de ternera al año, que equivaldrían a unos 7 millones de reses, criadas sobre todo en Brasil, concretamente en la Amazonia. Según informa Julie Creswell al New York Times, las emisiones de la empresa, en vez de reducirse tal y como se ha comprometido, han aumentado un 12% entre 2015 y 2021.
En fin, que cada uno decida qué come y dónde celebra sus farras, pero era mucho más sensato promover lo acordado por unanimidad. Sería mucho más sensato celebrar la dieta mediterránea, la comida de proximidad, la carne no procesada y el negocio local. Y, sobre todo, asociar el nombre de Barcelona a la buena alimentación. Personalmente, volveré a mirar el documentado Super Size Me de Morgan Spurlock y, a ritmo de la canción de Ska-P, estos días (y el resto del año y los años que vienen) me niego a colaborar, me voy al bar.