La mejora (y el drama) de Cercanías

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Primer día laborable con obras en la red de cercanías, una trabajadora informa un usuario de la R4 en Martorell

Cuando se habla de Cercanías, ni siquiera las buenas noticias acaban siendo buenas. El drama del transporte en tren para desplazamientos cortos o medios hace demasiado tiempo que lo hemos integrado a nuestra vida como una especie de fatalidad que tiene causas políticas muy conocidas: la falta endémica de inversión. Por eso la noticia de un inicio de obras global, concebido por Adif y Renfe, para resolver algunos cuellos de botella de la red ferroviaria de entrada solo podía ser bien recibida. Pero pronto los escépticos han visto confirmados sus miedos. El problema se ha hecho evidente muy rápido, cuando esta futura mejora de golpe ha empeorado la vida de muchos usuarios con afectaciones que se alargarán como mínimo durante diez meses: en concreto, hasta el 23 de febrero del año que viene. Y esto, claro, si no hay retrasos en la ejecución, cosa que, tratándose de grandes obras públicas adjudicadas a muchas empresas diferentes –y tratándose también de un servicio que precisamente no es famoso por su puntualidad–, no es ni mucho menos descartable.

A pesar de que las obras, valoradas por el ministerio de Transportes en unos 470 millones de euros, se concentran en cuatro áreas (soterramiento del túnel de Sant Feliu de Llobregat, cambios y adaptaciones de las vías del Corredor Mediterráneo entre Catellbisbal y Vila-seca, importantes actuaciones en la futura estación de La Sagrera y Sant Andreu Comtal, y las obras en la estación de Molins de Rei), las afectaciones llegarán a prácticamente todas las líneas: habrá personas que saldrán más perjudicadas, pero de una forma o de otra todos lo notaremos. Incluso los que no son usuarios de Renfe, porque el transporte por carretera puede notar un repunte en algunas vías.

De hecho, ya hay muchos ciudadanos que a la práctica han empezado a ver cómo sus trayectos para desplazarse al trabajo pueden llegar a doblar el tiempo de duración. Es un drama. Uno más. Los que se lo puedan montar, tendrán que buscar alternativas de transporte privado. Los que no tengan otros medios, se tendrán que armar de paciencia, si no es que la alternativa pública (a través de autobuses) no mejora claramente en los próximos días. Si, como parece, no se ha alcanzado este servicio de suplencia, hay que actuar con rapidez para ajustar la oferta (y los horarios) a la demanda.

Es evidente que la dificultad técnica de este tipo de obras es grande, pero cuesta de entender que una operación de esta envergadura no se haya hecho pensando, en primer lugar, en el día a día del usuario. No se vale fiarlo todo al argumento de la mejora futura del servicio. Hay que pensar en el presente. Y también hay que tener muy presente que la gente lleva años, por no decir décadas, sufriendo cortes y retrasos continuos, es decir, con un servicio indigno de un país avanzado. Este lastre pesa mucho y hace ahora mucho más pesadas las incomodidades. Pedir más sacrificios a unos usuarios ya demasiado torturados no es una buena estrategia. Y no es admisible, tampoco, que todavía estemos esperando el traspaso de Cercanías a la Generalitat, un traspaso que se tiene que hacer con los recursos necesarios teniendo en cuenta el envejecimiento del servicio. Solo un dato: un 25% de los trenes de cercanías tienen más de 30 años.

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