Milei contra el pueblo

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Protesta contra las medidas del presidente argentino, Javier Milei, la noche del miércoles en Buenos Aires.

El presidente de Argentina, el extravagante (pero no tanto como quiere parecerlo) Javier Milei, ha tardado apenas mes y medio en tener su primera huelga general. Milei llegó al poder con una victoria incontestable, con el 55% de los apoyos, y, si bien es cierto que de pronto demostró que sus feroces diatribas contra la “casta” política eran sólo de boquilla (se ha rodeado) de viejos caimanes de la derecha más rancia del país), también lo es que ha puesto manos a la obra con toda diligencia en su plan de choque, o como se le llame, para enderezar la economía. Ha presentado hasta ahora dos grandes medidas, un megadecreto y una ley ómnibus, que laminan derechos de los trabajadores y desregulan a varios sectores económicos, algunos de ellos considerados estratégicos. El resultado es prometedor: Milei heredó del gobierno peronista una inflación totalmente descontrolada del 160%, que fue su principal argumento para ganar unas elecciones haciendo el fantasma con una motosierra. Un mes y días más tarde, la inflación es del 211%.

Milei y su pandilla insisten en afirmar que la culpa de la situación de Argentina es del socialismo. Le podemos ofrecer otra respuesta igual de sucinta, pero más real: la principal causa del hundimiento del país es la corrupción (y la falta de una autoridad supraestatal que obligue a corregir excesos ya contener la tendencia de las élites al saqueo de las arcas públicas, al estilo de lo que supone la Unión Europea en relación a España). Sin embargo, los parámetros en los que se produce la “revolución liberal” prometida por Milei se definen bien por otra de las medidas más llamativas que ha adoptado desde que es presidente: una “ley antipiquetes” que prohíbe cortar calles y obliga a los manifestantes a moverse por encima de las aceras, pensada precisamente para impedir protestas como las de esta huelga general. Es grotesco, como todo lo que tiene que ver con el personaje, pero sobre todo supone coartar de forma arbitraria (y, por tanto, inadmisible) un derecho fundamental, como es el de manifestación. De un liberalismo impecable, por tanto.

Llaman también la atención las medidas en materia cultural: Milei y su gobierno aprovechan la ley ómnibus para desguazar el tejido cultural argentino, que es una de las señas de identidad del país y una importante fuente de generación de riqueza. Sin embargo, las propuestas de Milei son cierres y recortes: eliminación de instituciones señeras como el Instituto Nacional del Teatro o el Fondo Nacional de las Artes. Derogación de la ley del teatro y retirada de la financiación al Instituto Nacional del Cine y las Artes Audiovisuales, el Instituto Nacional de la Música y la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares. Hay un ensañamiento especial, como suele ocurrir, con el cine, el teatro y (en particular) los libros y el sector editorial y librero: supresión del precio fijo de los libros (una vieja fantasía de la derecha, también del PP), que puede suponer el cierre de una gran cantidad de librerías, y eliminación de la financiación en las bibliotecas populares. Viva la libertad, carajo.

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