La montaña submarina que enfrenta a España y Marruecos
España y Marruecos celebraron hace pocos días su decimotercera reunión de alto nivel. El encuentro certificó que estamos asistiendo al desplazamiento del centro de gravedad de las fricciones fronterizas entre ambos países. Tradicionalmente, la mirada mediática y la retórica política han tendido a focalizarse en las disputas territoriales en torno a las ciudades de Ceuta y Melilla y, de forma tangencial, en torno a las islas, islotes y peñascos de los alrededores (islas Chafarinas, Vélez de la Gomera, Perejil, etc.). A menudo, las dinámicas migratorias han servido de chispa para reavivar las tensiones que sobrevuelan estos territorios y que, de forma intermitente, ruedan por la mesa de negociación bilateral desde la independencia marroquí de 1956. Mientras tanto, la falta de delimitación oficial de las fronteras marítimas había quedado en un discreto segundo plano (marino) en la habitación.
Marruecos sigue y previsiblemente seguirá reclamando la soberanía de Ceuta y Melilla. Seguro que las dos ciudades –y los territorios disputados que las orbitan– seguirán ocupando un puesto central en el marco de la externalización y la instrumentalización de los controles migratorios, formando parte del perenne toma y daca bilateral. Sin embargo, cada vez es más evidente que el verdadero epicentro de la rivalidad estratégica hispano-marroquí ya no está en la costa norteafricana, sino sumergido en las aguas del Atlántico. Y particularmente en torno a una fascinante montaña submarina llamada Tropic.
Como nos recordaba hace unos años el geógrafo británico Klaus Dodds en su libroBorder wars, los conflictos fronterizos del futuro salpicarán cada vez más a menudo escenarios como el espacio exterior o las profundidades abisales. Dodds nos alertaba de que el catalizador de estos nuevos conflictos sería la rivalidad por el control de recursos estratégicos hasta hace poco inaccesibles, pero que la tecnología empieza a poner a su alcance. La disputa entre España y Marruecos en torno al monte Tropic es un ejemplo de manual de esta tipología de nuevas "guerras fronterizas".
Situado al suroeste de la isla del Hierro, este guyot (una antigua montaña volcánica de cima plana sumergida) esconde un auténtico arsenal de teluro, cobalto y tierras raras. En un contexto en el que la Unión Europea hace manos y mangas para poder alcanzar la autonomía estratégica y la descarbonización, el potencial control de estos minerales –cruciales por ejemplo para la fabricación de placas solares de alto rendimiento o de baterías para vehículos eléctricos– sitúa esta disputa en latitudes tropicales en el centro del tablero geopolítico.
El contencioso tiene dos dimensiones inseparables. Por un lado, está el solapamiento técnico de las plataformas continentales que reclaman España (con la petición de ampliación en la ONU de 2014) y Marruecos (con las leyes de 2020). Por otro, las delicadas ramificaciones saharianas de la disputa. Recordamos que Marruecos delimita su zona económica exclusiva tomando como referencia la costa del Sáhara Occidental –un territorio pendiente de descolonización según el derecho internacional–. En este rincón del Atlántico, donde duermen desde hace millones de años el Tropic y sus recursos, es donde ahora chocan con estridencia la legalidad internacional y la realpolitik.
Es sabido que el orden internacional basado en normas no pasa por su mejor momento. Los instrumentos de que disponen los estados para dirimir desavenencias fronterizas o para desarrollar procesos de descolonización inconclusos no funcionan con la agilidad necesaria. Y en este contexto la tentación de aprovechar la ocasión y echar por el derecho crece a las cancillerías de todas partes.
La maragassa fronteriza alrededor del monte Tropic nos alerta del tipo de tensiones que condicionarán la geopolítica global en los próximos años. Mientras observamos las curvas legales y las acrobacias diplomáticas que España y Marruecos emplean para redibujar los límites de su soberanía –debilitando de rebote las aspiraciones de unos vecinos comunes con menguante capacidad de influencia internacional–, no deberíamos perder de vista la existencia de otra frontera. Se trata de la línea que separa a aquellos que frisan ante la posibilidad –todavía lejana– de explotar los recursos estratégicos que concentran lugares abisales como el monte Tropic y aquellos que se estremecen imaginando el desahogo de un auténtico desastre ambiental derivado de la carrera para la extracción de minerales del fondo del mar.