Tras mil días de invasión rusa de Ucrania, la guerra vuelve a mutar. El posible uso de misiles estadounidenses contra territorio ruso, la entrada de tropas norcoreanas junto a los soldados rusos y la aceleración de la robotización del frente de guerra sacuden el desgaste imparable del empantanamiento militar y la incapacidad política.
Con la victoria electoral de Donald Trump aún pendiente de los últimos recuentos, el Kremlin ha intensificado los bombardeos simultáneos en la línea del frente oriental, destruyendo ciudades e infraestructuras energéticas, obligando a Kiiv a implementar el racionamiento eléctrico a consecuencia de los daños causados.
Como respuesta, un Joe Biden derrotado, pero liberado de presiones internas, se aferra en sus últimas semanas al Despacho Oval para sacudir el frente de guerra ucraniano. La autorización al ejército ucraniano para que pueda utilizar misiles ATACMS estadounidenses para atacar dentro de territorio ruso acelera una escalada militar que ya había comenzado con la internacionalización del conflicto por la presencia de miles de soldados norcoreanos junto a las tropas rusas con el objetivo de volver a tomar Kursk.
Hacía meses que Volodímir Zelenski pedía a Washington poder utilizar estos misiles de largo alcance. Ahora Biden da el paso, pero deja las consecuencias de este nuevo escenario en manos de su sucesor.
La decisión del todavía presidente de Estados Unidos parece, en estos momentos, más política que militar. El Washington Post cita el escepticismo de algunos funcionarios del Pentágono que consideran que cualquier beneficio militar del uso de esos misiles sería limitado, y en la misma línea se han pronunciado desde Reino Unido.
Sobre el terreno, además, la maquinaria de guerra se alimenta de sus propias dinámicas y necesidades. Mientras el número de soldados de infantería desplegados en las trincheras disminuye y Kiiv se afana por movilizar a más personas en el frente de guerra, miembros del gobierno ucraniano han explicado a la agencia Reuters que la automatización será uno de los objetivos del próximo año para el campo de batalla. Lo mismo ocurre en el bando del Kremlin.
Las víctimas rusas se encuentran a niveles récord de unas 1.500 al día. Esto ha acelerado la producción de la guerra en remoto. Tanto Ucrania como Rusia están en camino de fabricar alrededor de 1 millón y medio de drones este año, que cuestan varios cientos de dólares cada uno y se pueden pilotar de forma remota, para identificar y atacar objetivos enemigos.
En este contexto, la intensificación de los combates parece responder a la estrategia de aumentar la apuesta justo antes de que el escenario de “paz por territorios” que la victoria de Donald Trump podría poner sobre la mesa empiece a sumar adeptos .
También la Unión Europea comienza a ensayar respuestas diferentes. La llamada telefónica del pasado viernes entre el canciller Olaf Scholz y el presidente ruso, Vladimir Putin, después de dos años de silencio impuesto por los principales líderes de la Unión Europea, ha movido los frágiles equilibrios comunitarios. El primer ministro polaco, Donald Tusk, advertía que “nadie detendrá a Putin con llamadas telefónicas”.
En la memoria europea vuelven las lecciones del 2014 y de los Acuerdos de Minsk; de cómo el pragmatismo de la Unión acabó chocando con la Rusia envalentonada que invadió Ucrania en febrero de pronto hará tres años. Ahora, con Olaf Scholz y Emmanuel Macron convertidos en patos cojos de su política interna, y las instituciones comunitarias todavía en transición, la UE está obligada a resituarse.
Hasta ahora Estados Unidos y la Unión Europea han ejercido de socios proveedores de la guerra de Ucrania pero desde la incapacidad manifiesta para determinar el resultado del conflicto, más allá de mantener el frente atascado.
“Europa se negó a pensar y ahora es Trump quien actuará”, escribe Sven Biscop, experto del Egmont Institute de Bruselas. La UE ha evitado el debate estratégico sobre el futuro de Ucrania, abrumada por sus propias urgencias internas y el miedo a abrir divisiones más profundas entre sus socios. La apuesta por reforzar la defensa europea y ofrecer un futuro todavía indefinido para una Ucrania de posguerra son respuestas más simbólicas que estratégicas. Se ha priorizado, hasta ahora, la presente unidad, y se ha renunciado a la iniciativa política en un conflicto que amenaza directamente a la seguridad continental.