Veraneo en una playa del Maresme. La cala es bonita y me gusta la diversidad que alberga. No sólo disfrutamos del mar y el cielo de colores eternamente cambiantes, sino también de convivir con familias, mujeres solas, grupos de adolescentes, diferencias de cuerpos, estructuras, orígenes. Pero este año ha habido un cambio en la fisonomía de sus ocupantes: las mujeres han dejado de mostrar sus senos, han abandonado el topless.
El poder sobre el propio cuerpo permitió revelar los senos públicamente, una forma rebelde y orgullosa de ser libres. Siempre ha habido personas contrarias, que ven el pecado tradicional en el cuerpo femenino en lugar de ver la belleza y depositan sobre él la responsabilidad de la culpa, en lugar de colocarla sobre los ojos que la asedian. Pero las mujeres no se echaron atrás. Hasta que, sutil e inadvertida, han retrocedido y se han tapado de nuevo. La emancipación se reprocha justo cuando acababa de empezar a vivir. En la playa ya no vemos a mujeres jóvenes o de mediana edad con los senos descubiertos, sólo alguna mujer mayor. ¿Cuál es la fuerza que ha logrado el retroceso en una ganancia tan significativa?
Detrás de la ocultación del cuerpo de las mujeres siempre está la mirada ajena, el juicio de los cuerpos imperfectos, la manipulación del deseo masculino. Las redes sociales han multiplicado la posibilidad de humillación y mofa porque cualquiera puede tomar una foto y colgarla para escarnio público de la protagonista o, peor aún, manipularla con fines perversos.
La exigencia de perfección estética es uno de los argumentos de fondo de esta nueva realidad que obliga a las mujeres a ocultarse. Con las redes, el control se ha convertido en colectivo y masivo. Todas las mujeres pueden ser agravadas públicamente además de estar expuestas a la tiranía estética que rige nuestra sociedad y exige cuerpos femeninos imposibles. El bombardeo deinfluencers, clínicas de estética o dietas es abrumador, bien organizado por los algoritmos que nos gobiernan. Conllevan una presión sostenida sobre las mujeres –incluso sobre las niñas– que incrementa los niveles de ansiedad y depresión. Mientras usted lee este artículo, muchas jóvenes están recibiendo un regalo de cumpleaños que consiste en un paquete de cirugía estética.
Necesitamos un cambio de valores. Y podemos empezar con una contranarrativa sobre el cuerpo de las mujeres. A principios de verano, la temperatura social se elevó al hacerse viral una afirmación de la actriz Nicola Coughlan, protagonista de la serie Los Bridgerton. A una pregunta malévola de un periodista sobre su desnudez en algunas escenas ella no respondió con rubor y vergüenza (actitud pasiva muy frecuente en las mujeres) ni tampoco con rabia (actitud agresiva que habría sido muy criticada) sino que, con serenidad , espetó: “Estoy muy orgullosa de pertenecer a la comunidad de tetas perfectas”.
La pregunta no era inocente, porque ella no tiene un cuerpo en la normatividad imperante. No está esquelética o famélica ni su cara tiene los pómulos que tanto entusiasman a los visitantes de Instagram y Tiktok. En cambio, su cuerpo es generoso y dulce, y su rostro, redondo y hermoso como una luna llena. La fascinación la provoca su poder: con esa frase construyó todo un relato que es una contranarrativa sobre el cuerpo de las mujeres. Y apuntaló el empoderamiento colectivo de todas las que no responden al canon estético de la época.
Una contranarrativa sobre el cuerpo de las mujeres es imprescindible, pero apenas existe. Sufrir constantemente la crítica cruel nos mueve en el arco de actitudes pasivas-agresivas, y muy escasamente en las asertivas, como la de Nicola Coughlan. En la playa de Ocata algunas mujeres se reúnen para ir a bañarse juntas y así luchar contra la grasofobia y fortalecerse ante las miradas incómodas. No es necesario el drástico Un verano sin hombres de la escritora Siri Hustvedt, pero sí avanzar con firmeza en una potente contranarrativa que deje atrás las críticas al cuerpo, el menosprecio y la infantilización.
Porque si no, se van perdiendo batallas, grandes y pequeñas. Las mujeres también se están marchando de las playas nudistas, ya que los cuerpos imperfectos no gustan, y pueden ser violados digitalmente. Las redes, que piden rasgos físicos imposibles, están terminando con la belleza natural de los seres humanos. Pero las mujeres, que en realidad son poderosas, eróticas, sabias e inteligentes, deben disfrutar del verano, saber que son amables (en el sentido de “ser amadas”) y deseadas por lo que son. Tienen que oponer un relato firme y luminoso sobre todas, lejos de la cárcel donde las sitúa la narrativa actual. Disfrutar del verano en la comunidad de tetas perfectas.