

El precioso libro de Stefan Zweig El mundo de ayer. Memorias de un europeo recuerda y evoca, en 1941, cuando el nazismo estaba a punto de ganar la guerra que había provocado, lo mejor que era el mundo anterior a la Gran Guerra, al fascismo, a los comunismos y al nazismo, cuando había fe en el progreso y en la humanidad. ¿Empezamos a pensar cómo Stefan Zweig? ¿Nos han descolocado tanto en las últimas semanas como para sentir el vértigo de que todo aquello en el que habíamos creído será mal visto o, incluso, prohibido y perseguido?
Mi respuesta es que, si no prestamos atención, estamos a punto. La modificación del marco mental provocado por los gobernantes imperiales, una vez Estados Unidos ha pasado a ser dirigido por el promotor de un golpe de estado contra la gran democracia más antigua del mundo asistido por personajes caprichosos con los aplausos de más de medio mundo, nos ha dejado en estado de choque. Necesitamos rebobinar todos los principios y decidir cuáles son los fundamentales en una situación de emergencia. Las afirmaciones del presidente de la primera economía y de la primera potencia militar del mundo no pueden menospreciarse, especialmente cuando se nota la prisa que tiene por pasar de las palabras a los hechos. Hemos descubierto lo grande que es su poder y lo fácil que resulta saltarse todas las protecciones constitucionales contra la arbitrariedad. La mayoría bicameral combinada con la mayoría abrumadora en el Tribunal Supremo le dan carta blanca para hacer casi todo lo que quiera, y lo que quiere hiere.
Trump quiere quedarse nuevos territorios, extender las alas del águila imperial americana, controlar los espacios externos de Estados Unidos. Una visita al monumento a marinas en Washington es un recordatorio de cómo el imperialismo y el nacionalismo son la misma cosa. Y lo que vale para Estados Unidos hoy ha valido para todos los demás imperios que ha habido en el mundo. En tiempos recientes quien se ha comportado así ha sido descalificado de la arena política internacional, pero ahora el presidente de EEUU dice que lo hará tantas veces como sea necesario.
Trump ha puesto en marcha guerras comerciales. Esto ya se hizo a raíz de la Gran Depresión y las medidas se convirtieron en un boomerang que acabó girando contra quien lo había lanzado. Podría ocurrir lo mismo, pero el daño que hará dejará heridas de mal cicatrizar. También ha puesto en marcha reformas de la administración que nos parecen inadmisibles, y lo hace contra una de las administraciones centrales (federales) más delgadas del mundo. El grueso del dinero público federal va a parar a gasto militar, y éste no se reducirá sino que se incrementará, como ya ocurrió con el presidente Reagan y sus críticas a los déficits públicos federales de la era Carter. Él llegó y los multiplicó sin tener ningún problema dado que todo el mundo creyó en su programa de rearme para superar definitivamente a la Unión Soviética. Podría ocurrir lo mismo con Trump.
Ha amenazado con recortar las contribuciones a las instituciones internacionales, como ya hizo en su primer mandato, y claramente quiere desmantelar el sistema de Naciones Unidas, al que no ve ningún elemento positivo, sólo barreras "sin sentido" a sus ambiciones ya las que cree que EEUU debe tener.
Todo ello tiene unos objetivos claros. Uno de ellos es dejar de tener responsabilidades de protección militar en Europa. Y quizás tenga razón que el actual sistema había sido demasiado cómodo para los europeos y que ya les toca –nos toca– encargarse plenamente de la propia defensa y desplegar una acción exterior más convincente.
Las izquierdas han olvidado que la mejora del nivel de vida de sus electores es el único objetivo que puede construir mayorías. También es así para las derechas. Trump lo ha tenido muy claro. La sucesión de crisis experimentadas desde 2008 ha roto las expectativas de progreso ilimitado. El ascenso económico y competitivo de China y de todo el antiguo Tercer Mundo ha aguado las expectativas de cohortes enteras. La globalización, que parecía tan buena para todos, ha resultado ser negativa para decenas de millones de trabajadores del mundo rico. Todo ello ha erosionado la confianza en el contrato social del que nos hemos dotado y multiplica el número de quienes están dispuestos a romper la pelea.
El nuevo mundo de Trump no sacude el mundo de ayer de la misma manera para los ciudadanos del antiguo Tercer Mundo que para los ciudadanos del Primer Mundo. Éstos, cada vez menos numerosos, estaremos cada vez más vistos como una losa del pasado. Ya hace falta que nos apresuremos a apostar por un nuevo europeísmo que pueda animar a todas las generaciones y todos los horizontes. En el pasado de las últimas tres o cuatro generaciones, Europa ha sido una solución y no un problema. No tenemos otro imperio mejor que defender lo que pueda construirse en el marco de la Unión Europea. Ciertamente, hay que corregir muchos vicios e introducir más representatividad y eficacia, pero no hay alternativa más estimulante.