El mundo que viene
Al empezar un nuevo año es inevitable e indispensable revisar cuál es el estado del mundo. Observamos las guerras en curso, las dictaduras que no caen, las democracias que ponen de manifiesto grandes vulnerabilidades, los enormes movimientos migratorios, el cambio tecnológico acelerado y un sentimiento, compartido por muchos, de vivir sobre un volcán. Hace poco más de treinta y cinco años, cuando no se había desmoronado la Unión Soviética y nadie esperaba que lo hiciera, un gran historiador con una visión global de la evolución de las grandes potencias –Paul Kennedy– diagnosticó el peligro que representaba para las dos únicas grandes potencias –Estados Unidos y la Unión Soviética– la emergencia de nuevos protagonistas como la Comunidad Económica Europea, ampliada a doce miembros, y una China que empezaba a salir de la rigidez de la planificación comunista y se abría , con éxito pero aún tímidamente, hacia la economía de mercado. El peso de las dos grandes potencias se reducía comparado con lo que tenían después de terminada la Segunda Guerra Mundial.
Ahora, cuando el mundo posterior a la disolución de la Unión Soviética tiene ya más de treinta años de historia, los protagonistas han cambiado profundamente. La antigua Comunidad Económica Europea, transformada en Unión Europea, se ha convertido en una unión de veintisiete estados, pero ha perdido uno muy importante –Reino Unido–. Ha pasado a disponer de un mercado mucho más integrado, de una divisa común en muchos de los Estados miembros y de un banco central. Son cambios importantes, pero la falta de sintonía interna debilita su influencia a escala mundial, más aún cuando no dispone de un ejército común.
China ha crecido a gran velocidad, convirtiéndose primero en la fábrica del mundo y luego en una gran potencia, la única que hace sombra a la hegemonía de Estados Unidos de América. Rusia ha perdido centralidad. China le ha ganado completamente. Su modelo político, completamente opuesto al estadounidense y al europeo, recuerda el contraste y la rivalidad que existía entre la URSS y EEUU.
Terceros países en la clasificación económica mundial, como Japón y Alemania, han perdido liderazgo. Alemania sólo le mantiene como primera economía de la Unión Europea, reforzada con la incorporación de la antigua República Democrática Alemana y con la ampliación de la Unión Europea hacia el Este, pero su liderazgo ha quedado bien disminuido con la guerra de Ucrania, que ha cuestionado todas las opciones estratégicas prorrusas que había estado haciendo en los últimos años. Japón lleva más de treinta años de lento crecimiento y ha dejado de ser un protagonista de primer nivel a escala mundial.
Quien aparece con fuerza ya gran velocidad es la India. En pocos años, India se ha convertido en el estado más poblado del mundo y ha dejado de ser un país pobre por ser una economía de crecimiento rápido, tanto o más que China. No se convierte en la nueva fábrica del mundo, pero sí es la oficina del mundo. Exporta talento altamente calificado y disfruta de un nuevo orgullo nacional muy asertivo, y bien diferenciado cultural y políticamente del de sus vecinos. En pocos años –quizás tres o cuatro según las previsiones del Fondo Monetario Internacional– ya será la tercera economía del mundo. En una generación puede acercarse a China ya Estados Unidos gracias a su combinación de dinamismo demográfico, dinamismo económico, dinamismo tecnológico y ambición militar.
Este mundo tripolar (EE.UU.-China-India) dejará las potencias europeas bien disminuidas. Rusia ya depende del soporte chino y de la amistad de la India. La Unión Europea depende de la protección militar de la OTAN, pero esta protección se va reduciendo y la UE todavía no está en condiciones de asumir la defensa de las propias fronteras, como se evidencia en la invasión rusa de Ucrania. La Unión Europea –y Reino Unido– son una parte del mundo con altos niveles de bienestar y bajos niveles de poder. Y, en consecuencia, son atractivos para quien quiere engullirlos. Lo hacen los países ricos en tecnología, los ricos en capital, los ricos en ejércitos, los ricos en población, los ricos en ambición. Cada vez se asemeja más al Imperio Romano en su época final, cuando era el objetivo de establecimiento permanente de todos los pueblos vecinos, que querían disfrutar de su prosperidad. Aquellos que eran "bárbaros" para los romanos eran los pueblos emergentes, demográficamente dinámicos. ¿Tiene la Unión Europea alguna política al respecto de los nuevos movimientos masivos de población? ¿Tiene respeto a las nuevas potencias militares? ¿Tiene respeto a las nuevas potencias tecnológicas? No lo parece. El entendimiento con Rusia parecería necesario, pero la oportunidad que representó el derrumbe de la URSS se desperdició completamente y ya no volverá.
En medio de todo ello, Cataluña es minúscula y no disfruta de ninguna de las palancas estatales ni “imperiales” para influir en los grandes desafíos globales. Tendrá que multiplicar el talento, los recursos y la estrategia para no quedar tragada por el deseo de bienestar de todos los que quisieran el pequeño paraíso en el que vivimos.