Nadie es imprescindible, todo el mundo es importante

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Tres jóvenes en la manifestación de la Diada de 2019.

En enero de 2022 Jordi Cuixart anunció que no se presentaba a la reelección de la presidencia de Òmnium. Este gesto no sólo era un acto personal, sino una decisión política que ponía en valor la labor colectiva y reconocía la necesidad de renovación dentro del movimiento independentista. Su mensaje, "nadie es imprescindible y todo el mundo es importante", sigue resonando, estos días, como un recordatorio necesario de la importancia de un movimiento, como el que tuvo lugar en Catalunya entre 2010 y 2017, que fundamentó su enorme potencial en la inteligencia colectiva que demostró y en la fuerza creativa de la gente movilizada. También fue un ejemplo de qué significa asumir los retos a los que obliga la lectura rigurosa del presente, sin autocomplacencia, y de cómo adecuar las propuestas a un contexto sociopolítico a la fuerza cambiante, con madurez y voluntad de futuro.

En este sentido, la saludable renovación de los liderazgos independentistas no sólo implica un cambio de nombres, sino una profunda transformación de la mentalidad y el enfoque estratégico. Por eso, hoy, es imperativo abandonar el tacticismo al que parece obligar a la temporalidad electoral, siempre orientada al corto plazo, y reubicarnos estratégicamente, a medio y largo plazo, de manera generosa, para contribuir al fortalecimiento de la sociedad civil y de recuperar la movilización social.

La sociedad catalana no es ajena a los ciclos históricos y políticos. No somos, como no lo es ninguna sociedad, una burbuja atemporal. No hay que descuidar el principio de realidad: sólo es posible transformar la realidad si entendemos a los tensores que la definen en el momento histórico en el que queremos intervenir. La realidad no siempre es como quisiéramos que fuera, y confundir el deseo con el análisis del presente suele llevar a lecturas desenfocadas, de las que difícilmente puede salir una estrategia de futuro verosímil y operativa. El primer paso imprescindible para resolver un problema es reconocer que existe.

Está claro que no estamos en 2017, ni en términos electorales, ni de movilización, ni económicos, ni demográficos. Por eso, tenemos el reto inexcusable, como movimiento transformador, con vocación de emancipación nacional, de leer bien el nuevo contexto social y político, enfocando al mismo tiempo los problemas y déficits y, también, los potenciales y las oportunidades. Es necesario que nos ponemos a trabajar inmediatamente para construir el país que queremos desde el reconocimiento de su diversidad y pluralismo actuales, sin perder de vista el horizonte de la plenitud nacional que nos permita ofrecer alternativas al creciente malestar de la sociedad catalana. Un malestar que, como dicen los datos de forma inapelable, impacta directamente en la población más joven.

La juventud catalana no responde a los mismos intereses que en otros momentos de nuestra historia reciente, y requiere propuestas inspiradoras y realistas que sintonicen con sus preocupaciones y aspiraciones. Esto significa también personas nuevas al frente de estos proyectos, que puedan liderar y conectar con sectores diversos de la sociedad. Porque no puede haber apuesta por la radicalidad democrática sin el reconocimiento de su pluralismo constitutivo. Y necesitamos actitudes capaces de transformarlo en consensos que permitan avanzar.

Desde Òmnium tomamos este reto, como ya hicimos en 2022 con el cambio de presidencia, con una propuesta de Junta Directiva llena de gente joven y diversa, porque sabemos que es la mejor manera de fortalecernos y enriquecernos, de crecer y avanzar. Y, por supuesto, ser útiles al movimiento y al país. Si los socios de la entidad avalan la propuesta que les hacemos, la entidad será dirigida por una Junta con un tercio de personas de enorme talento por debajo de los cuarenta años.

La renovación de liderazgos es una oportunidad para dar voz a nuevas voces, para incorporar a personas comprometidas con experiencia organizativa en muchas luchas. Esta nueva generación que se pondrá al frente de la entidad debe preservar el valor de la experiencia, evidentemente, y el sentido de la continuidad histórica, pero también la sensibilidad frente a los nuevos tiempos, que debe contribuir a la construcción de un país libre. Así pues, la renovación de los liderazgos no sólo es una necesidad, sino que es sobre todo un gesto político que quiere interpelar a la acción y al compromiso a todos aquellos que se sienten parte de ese movimiento. Es abrir, de nuevo, las puertas a la ilusión y la construcción de horizontes emancipadores. Es volver a dar el protagonismo a quien siempre está ahí y nunca claudica: la gente. La exigencia: ser relieve, ser eslabón.

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