Netanyahu y la estrategia de la desproporción

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Netanyahu habla con los soldados durante su visita a Gaza.

Ofensiva. Los combates han vuelto a Gaza. No ha habido margen para un alto el fuego permanente. La tregua se ha esfumado, y la operación terrestre israelí se extiende al sur de la Franja. Benjamin Netanyahu ha vuelto a la ofensiva militar y política, desde la divergencia con los Estados Unidos de Joe Biden, las críticas a Emmanuel Macron y la crisis diplomática con Pedro Sánchez. Despreciando las peticiones expresas del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, de cumplir las leyes de la guerra y el derecho internacional humanitario. "Israel tiene uno de los ejércitos más sofisticados del mundo, capaz de neutralizar la amenaza que supone Hamás y al mismo tiempo minimizar el daño a hombres, mujeres y niños inocentes. Y tiene la obligación de hacerlo", dijo Blinken a Israel. Pero la estrategia de Netanyahu es otra: los bombardeos aéreos masivos sobre zonas pobladas y la multiplicación de las víctimas civiles. Como si los miles de muertos sirvieran para compensar la brutal vulnerabilidad que los israelíes sintieron el 7 de octubre. La desproporción como estrategia y escudo psicológico.

Apoyo. La administración de Joe Biden empieza a estar incómoda con la desmedida violencia de la represalia israelí, sin plantear ninguna otra opción que no sea el aval estadounidense a Netanyahu, que se traduce en entrega de armas y una presencia militar regional que pretende desincentivar los riesgos de una extensión del conflicto.

Pero Biden también nota la presión. La reanudación de la ofensiva en Gaza es la constatación de una pérdida de influencia estadounidense que va más allá de Oriente Próximo. No se trata solo de la multiplicación de crisis que la administración Biden debe gestionar a la vez, sino de la constatación de que muchas de ellas no van en la dirección que Washington quisiera, desde la guerra en Gaza hasta la de Ucrania. El ataque, el domingo, contra un buque de guerra estadounidense y tres barcos comerciales en el mar Rojo, reivindicado por milicias houthis –que cuentan con el apoyo de Irán en su lucha en Yemen–, hace temer al Pentágono por los riesgos de una posible escalada regional del conflicto.

Aunque rara vez la política exterior suele decidir unas elecciones a la presidencia de Estados Unidos, las encuestas pintan mal para un Biden cada vez más debilitado, mientras la sombra de Donald Trump se proyecta con fuerza sobre la Casa Blanca.

Futuro. El ejército israelí se prepara para un escenario de guerra en el sur de Gaza, donde todavía hay más de dos millones de personas atrapadas, que podría durar meses. Cisjordania es ya un campo de batalla. La ONG Save the Children ha calculado que en Gaza han muerto más niños en estos dos meses que en todas las guerras juntas que ha habido en el mundo en los últimos tres años.

El secretario de Defensa de EEUU, pero también el presidente francés Emmanuel Macron, advirtió, en los últimos días, de la derrota política que puede suponer para Israel esta estrategia continuada de aniquilación física y humana de Gaza. "La magnitud del sufrimiento de los civiles y las imágenes y vídeos procedentes de Gaza son devastadores", decía Kamala Harris desde Dubái.

Pero, Benjamin Netanyahu, criticado internacionalmente y presionado internamente, ha decidido entregarse a los halcones de la extrema derecha israelí y proclamar que no hay más estrategia que la victoria total: la eliminación de Hamás, el regreso de los rehenes y la supresión de cualquier “futura amenaza”. O quizás, simplemente, la eliminación de un futuro para todos aquellos palestinos que han quedado atrapados bajo la violencia de la estrategia de la desproporción de Netanyahu.

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