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Netflix acaba de estrenar Nevenka, la miniserie documental que relata el primer caso en España de denuncia de una mujer a un político por abusos sexuales y de poder. Ahora hace justo veinte años, la concejala del Ayuntamiento de Ponferrada Nevenka Fernández demandó al alcalde Ismael Álvarez por haberla acosado sexualmente. Eran tiempo de mayorías absolutas del PP, en un entorno social muy conservador y una época en la que las mujeres eran percibidas como las instigadoras del deseo sexual irrefrenable de los hombres.

El drama reproduce los patrones de tantas historias que hemos conocido a raíz del MeToo. Y como es habitual, el relato documental presente nos obliga a constatar con horror el pasado. La rueda de prensa de Nevenka para explicar los hechos ese 2001 parece un juicio a una mujer culpable, y las muestras de apoyo al alcalde a las puertas del ayuntamiento son casi una ejecución pública. Las imágenes causan pavor y, si no fuera porque las recordamos perfectamente, podrían dar la sensación de una ucronía. Desde la óptica actual pueden parecer una historia imposible. Y podéis hacer la prueba: si tenéis a un o una adolescente alrededor, coged el primer episodio y mostradle las imágenes de la concentración de ciudadanos con pancartas a favor del alcalde, coreando su nombre e insultando a Nevenka. La primera reacción será la de incredulidad, y la siguiente de espanto y perplejidad al confirmar que son ciertas. Para las generaciones más jóvenes estas imágenes de archivo son el mundo al revés, una especie de deformación social incomprensible.

El gran mérito periodístico de la producción es contar con el testimonio directo de Nevenka, especialmente porque la protagonista decidió desaparecer y hacer su vida en el extranjero después de esa vivencia traumática. Ella solo era una mujer sensata que se vio obligada a huir. Visto solo el primer capítulo, el documental utiliza recursos eficaces para reproducir esos tiempos sórdidos. Vuelve a los espacios donde se produjeron las situaciones de acoso y los observa desde el vacío y el silencio, cosa que transmite la soledad y desprotección de la víctima en lugares que ahora provocan angustia. El guion reconstruye muy bien el entorno social que rodeaba al acosador y, por lo tanto, dibuja con precisión los obstáculos con los que se encontró Nevenka. Las imágenes de archivo están muy bien utilizadas porque, más allá de ilustrar el pasado, permiten interpretar y entrever detalles sutiles importantes en esas escenas.

La recurrente metáfora visual del pez de colores atacado por los peces negros está de más. Y quizás a nivel de realización y fotografía se acentúa demasiado el lenguaje audiovisual propio de los thrillers de terror. Se entiende que se quiere reproducir el miedo de la víctima pero, por otro lado, esto refuerza y potencia un mensaje de pánico un poco amarillo que quizás pesa demasiado sobre la figura actual de Nevenka. Con todo, la serie consigue su propósito esencial: nos pone un espejo retrovisor para recordarnos el machismo del que venimos y las secuelas que todavía estamos sufriendo.

Mònica Planas es periodista y crítica de televisión.

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